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MÉRIDA, Yuc., 29 de septiembre de 2022.- En una de las últimas noches del verano, un violín, una guitarra clásica y una voz suenan en un restaurante de la colonia México en Mérida, Yucatán. Un cabello morado y dos más bien negros, tirando a un castaño ligero. Dos chicos y una chica. Los tres son veinteañeros. Los tres son amigos.
El violinista se llama José, el guitarrista se llama Daniel y la cantante se llama Nina. Despojados de sus individualidades y hechos un sólo conjunto se llaman Índigo, como el color, esa variación oscura y profunda del azul.
Nina, José y Dani llegan media hora antes al lugar para afinar sus instrumentos y acomodar sus atriles. Dani prepara su guitarra, José su violín y Nina repasa las letras de las canciones que corresponden a esta noche. En el repertorio de canciones conviven, al parejo, The Police, Luis Miguel, Jesse y Joy y un puñado de artistas más.
Conversan entre ellos sobre cosas que tienen que ver con la música y sobre otras que no. Matan el tiempo que queda para la hora marcada haciéndose reír una a otros y otros a una. En medio de risas y chistes locales el tiempo se les pasa como el agua. Las agujas del reloj llegan a su destino y los tres integrantes de Índigo se acomodan para empezar a tocar. Y en el proceso, el mundo se les hace ajeno, al menos durante un rato.
“Lo que creo que nos hace diferentes [al resto de grupos] es que tenemos violín, que siempre se asocia con cosas clásicas. Aquí lo traemos al pop, al rock. Casi nunca ves grupos que tengan violín y en este caso somos violín, guitarra y voz.”
Nina tiene la piel blanca y el pelo pintado de morado, aunque se alcanzan a ver unas ligeras raíces que dan cuenta de su castaño natural, semejante a la caoba. Le gustan el pop y las baladas y sus canciones favoritas para cantar son las de Shakira, como Si te vas.
“Desde siempre he cantado, desde que era niña”. Con todo y la juventud de sus 22 años, la voz de Nina tiene un vasto camino recorrido tanto en academias de canto y con maestros particulares, habiendo tomado clases desde los 11. “Actualmente sigo tomando clases, siempre busco estar constantemente educando mi voz, aprendiendo nuevas cosas y tratando de crecer.”
En su voz se escucha el sincretismo equilibrado de una voz diestra que tiene a partes iguales un talento natural y una técnica pulida, perfeccionada por la práctica y las clases. Sabe cuándo ser más metódica, como en los momentos en los que hay que acertar con el ritmo o alcanzar las notas que hay que alcanzar, y sabe cuándo ser más instintiva, como en los momentos en los que cierra los ojos y sólo canta sin pensar en nada más.
La química entre los tres integrantes fue instantánea. Desde el momento en el que Nina conoció a José y a Daniel, la idea de formar una banda empezó a sonar al mismo ritmo en la cabeza de cada uno y sólo fue cuestión de tiempo para que dicha idea tomara forma por completo.
“¿Por qué no tocar esta música que oyes en todos lados pero ahora con un concepto más fresco?”
José tiene el pelo corto y peinado con gel, los ojos enmarcados detrás de un par de lentes rectangulares y una camisa tipo polo color azul marino. Su banda favorita es Coldplay. Sonríe mientras habla de la historia de Índigo y pienso, mientras me cuenta, que tal vez viaje por un momento a aquella noche en la que decidieron formar el grupo.
La idea de formar Índigo nació en medio de los tiempos tumultuosos de la pandemia, en 2020. Aquella idea germinó y evolucionó hasta terminar en la forma final de hoy en día.
“El proyecto, después de dos años, tiene un repertorio amplio, que abarca desde los ochentas hasta lo que puedes oír ahorita.” En todo este repertorio que menciona José, Índigo ha dado con la tecla de lograr incorporar el violín, un instrumento más propio de orquestas, a canciones en las que podría parecer un poco ajeno a primera vista, pero que logran acoplar de manera armónica logrando así distanciarse de otros grupos.
José, antes de Índigo, ha sido integrante de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Yucatán y tocó con Manuel Mijares, Armando Manzanero, Jarabe de Palo, entre otros artistas. Por su cuenta también se dedica a ser abridor de diversos comediantes de la escena nacional.
Cada que toca el violín, José cierra los ojos, pues una vez que empieza la música lo demás importa poco. Los dedos de su mano izquierda bailan entre las cuerdas, controlando las notas que salen con la destreza de quien lleva ya muchos años haciendo y disfrutando esto.
Apareciendo en momentos oportunos y puntuales, el violín logra enriquecer voz y guitarra, rodeando a las canciones de un aura distinta que se siente y se escucha más dulce en la medida justa, sin empalagar el oído.
Daniel tiene el pelo rizado, los brazos salpicados de tatuajes, lentes de armazón grande y una camisa de rayas verticales color amarillo y blanco. José y él se conocen desde niños y la música ha hecho que los trayectos de sus vidas corran a la par durante gran parte de su vida, algunas veces separándose un poco pero siempre volviéndose a reunir.
Al igual que Nina y José, Dani regresa al violín como el elemento que los diferencia por encima de otros grupos, pero también hace énfasis en el papel que juega la guitarra. Dani creció en medio de la música y, al igual que José, formó parte de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Yucatán, desenvolviéndose como percusionista, y busca trasladar esa parte percusiva a la guitarra al momento de tocar con Índigo.
“Yo entré a la música a los 4 años. Vengo de una familia de músicos, mis papás son músicos, mi hermano es músico. Me fui formando académicamente y soy guitarrista clásico, pero también me desenvuelvo en la guitarra eléctrica”.
Apasionado del rock en todas sus épocas y décadas, Dani toca la guitarra de manera suelta y libre, dejando que los acordes salgan naturalmente, por instinto, dejando en cada nota impresa la huella de sus años de formación académica, pero también de su gusto por la guitarra y por la música.
Por separado, Nina, José y Daniel logran destacar cada quien en su rama, en su ámbito, y hasta los oídos menos educados podrían adivinar el talento y el trabajo duro que hay detrás de sus interpretaciones. Esto no se pierde cuando se juntan. Índigo se las arregla para combinar con preciso equilibrio violín, guitarra y voz, pero la consecución del logro colectivo que encarnan con sus presentaciones no empaña ni disminuye las piezas que componen a la banda, sino que resalta el brillo de las individualidades por sí solas, pues ni una habilidad ni un instrumento se opacan o tropiezan entre sí.
En cada una de las canciones que interpretan, ya sea Por debajo de la mesa o Espacio sideral, se puede notar la pasión que los miembros tienen por la música. Y también entre ellos: en mitad de las canciones voltean a verse con sonrisas cómplices y fraternas, sabiéndose conscientes del gusto que tienen por hacer lo que hacen.