Indicador Político
Juegan con una revolución
Mientras discutimos acerca del “nuevo PIB” y de la “curva plana” del coronavirus, en el entorno presidencial se mueven fuerzas que apuntan a un peligroso desenlace del actual gobierno.
En lugar de trabajar en programas audaces para sacarnos cuanto antes del barranco al que sus malas decisiones y la depresión global nos han empujado, López Obrador y sus amigos juegan a hacer la revolución. Sin estrategia para amortiguar el golpe de la crisis económica en ciernes, asistimos a la radicalización del equipo gobernante.
El presidente ha comenzado a hablar de “revolución” ahora que entramos a una crisis económica y social de dolorosas proporciones:
Según Coneval, llevará a 10.7 millones de mexicanos a la pobreza extrema. De acuerdo con el estudio de BBVA dado a conocer la semana anterior, podrían ser 12.3 millones los ciudadanos que ingresen a las filas del hambre.
Cada hora del presente año, mil 867 personas pasarán a pobreza extrema. Ante el obscuro panorama, el presidente optó por profundizar la animadversión a “los ricos”, o lo que el entienda por ricos.
Epigmenio Ibarra, amigo y fiel compañero de ruta de López Obrador, habló con él la semana pasada y le preguntó (lo narra en su artículo en Milenio el reciente miércoles) si en su proyecto “¿transformación es un eufemismo?”. Le contestó el presidente: “El objetivo de una revolución es la transformación”.
Y se preguntó el mandatario: “¿Qué hacer con los ricos?”.
Lo había expresado en una conferencia reciente: “¿Qué haremos con los ricos?”.
Epigmenio, luego de esa larga entrevista con AMLO -de la que sólo ha hecho públicas esas dos frases, para subrayar el mensaje-, anunció: “México habrá de vivir días y meses estremecedores y luminosos. La atención del mundo se volcará sobre nosotros”.
A ver, ¿días estremecedores y luminosos, con millones de mexicanos arrojados a la pobreza y al hambre, que no conocían?
¿Estremecedores y luminosos con pérdida masiva de empleos, que es responsabilidad directa de López Obrador?
¿En qué están pensando?
Están pensando en una revolución. Lo dice el presidente.
Van a salir con el cuento de la “revolución pacífica”. No es así cuando todos los días se inocula el odio de clases desde Palacio Nacional.
Ante el tamaño del fracaso en todos los órdenes de su gobierno, esa “revolución” que tienen en la mente y en la lengua difícilmente será pacífica.
Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de Morena, planteó que el INEGI “pueda entrar, sin ningún impedimento legal, a revisar el patrimonio inmobiliario y financiero de todas las personas”
Fue un tiro al aire. Ya nos advirtieron. Como no quieren que el INEGI revise sus casas, habrá quienes se metan con violencia a las propiedades de “los ricos” a tomar lo que “les han robado”.
Con ese lenguaje político, más la crisis que el gobierno no quiere afrontar, tal vez no veamos una revolución, pero sí el incremento exponencial de la delincuencia contra “las propiedades de los ricos”.
Así como en la Revolución Francesa ser “aristócrata” llegó a ser sinónimo de “antinacional”, aquí tener algún bien será igual a “conservador” y ladrón. Por ese camino nos llevan a una efusión de odio que se va a potenciar con el crecimiento de la pobreza.
AMLO y sus amigos consideran “ricos” a los que tienen un patrimonio y dan empleo al 94 por ciento de los mexicanos que trabajan.
Hay que frenar esa locura, pero el gobierno no quiere. El presidente piensa en una revolución.
El sector privado ha tenido toda la disposición de colaborar con el gobierno, y salvo a un grupo muy reducido, les han dado con la puerta en la nariz. Nada de respaldo a la economía mixta. “Que quiebren”.
La aversión ideológica contra los empleadores está en los actos de gobierno, en los señalamientos presidenciales, en los ataques de los dirigentes morenistas que en videos hablan de “golpe blando” de los “opositores empresariales y políticos” del presidente.
Inevitablemente esas ideas permean entre sus votantes que perderán ingresos, empleo, y no podrán comer lo suficiente.
Están creando un ambiente prerrevolucionario que se les puede ir de las manos.
Para su “revolución” ya tienen la poderosa Ley de Extinción de Dominio: con la acusación del MP (es decir, el gobierno) por corrupción, se confisca un bien y se congelan las cuentas del acusado para que no se pueda defender.
Esa ley es para apretar a los adversarios políticos del régimen, o para usarla contra quienes intenten tomar distancia de la 4T.
AMLO exhorta a la población (febrero de este año) a denunciar al vecino si aumenta sus bienes… pero no toca a sus leales.
Como fieras se fueron contra el hijo de Carmen Aristegui para dañarla a ella, a quien consideran traidora a la causa.
Y López Obrador sostuvo que la orquestadora de la infamia tenía razón. “Fíjese que sí”.
La secretaría de Energía llama a los críticos de Rocío Nahle y del Presidente, “bestias heridas de muerte”.
Empezamos a ver el terror prerrevolucionario, de esto que dicen “será pacífico”.
Han perdido la batalla de la economía, de la seguridad, del empleo, de la salud, de la corrupción que se disparó en su primer año de gobierno (INEGI).
En medio de la pandemia -que minimizaron- y en la entrada de una crisis económica y social, AMLO dice que esta adversidad (el dolor de millones de mexicanos) le vino como anillo al dedo a su proyecto.
Su interlocutor, Epigmenio, nos da la buena nueva luego de conversar con el presidente: “México habrá de vivir días y meses estremecedores y luminosos. La atención del mundo se volcará sobre nosotros”.
¿En qué locuras andan?