Indicador Político
Conforme pasan los días, el presidente López Obrador refleja su talante autoritario. A 31 semanas de concluir su mandato, la farsa del demócrata se desquebraja estrepitosamente: mi calidad moral, la del presidente, está por encima de la ley, le dijo a una reportera de Telemundo quien le decía que había violado la ley al hacer público datos personales de la corresponsal en jefe de The New York Times.
No lo sé. Andrés Manuel pareciera un ciudadano improvisado que llegó a ser presidente y que desconoce los rigores del cargo que ostenta: viola la ley, miente, ejerce el presupuesto sin controles y programas y proyectos sin el rigor legal y menos con el del conocimiento y profesionalismos de los proyectos ejecutivos que exigen obras de ese tamaño para servir a los ciudadanos.
Él juró “guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanan” y él sólo puede hacer lo que la ley le permite en el entendido del poder que tiene y del que podría abusar, como lo han hecho muchos de los presidentes que lo antecedieron y que él les reclamaba con razón, pero que hoy emula sin restricciones.
Mi duda se despeja porque López Obrador fue jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal y gobernó con base en decretos que lo liberaban de esas mismas leyes que tenía la responsabilidad de cumplir.
Como nunca, Andrés Manuel ha ratificado la creencia del columnista desde que lo conoció allá a finales de los años 80: siempre ha sido un farsante, no es demócrata, no es honesto y todo lo que decía en sus campañas era una simulación para llegar al poder y, desde él, no sólo enriquecer a su familia sino también a sus amigos. Todo fingiendo que sólo llevaba 200 pesos en la cartera y que no sabe usar una tarjeta de crédito ni llenar un cheque bancario.
El presidente ha perdido la compostura. Lleva casi dos meses sin hilar temas y no ha podido colocar sus temas en la discusión política nacional como lo hizo cotidianamente.
Los reportajes de más de un prestigiado medio internacional, más lo de Latinus que empezó el fin del año pasado, y las investigaciones de autoridades de Estados Unidos que han implicado a cercanos colaboradores y hasta a sus hijos en actos de recepción de recursos del narco, incluidos El Chapo Guzmán, Los Zetas y su líder el Z-42 y declaraciones de Celso Ortega líder de Los Ardillos y de testigos protegidos. Las investigaciones no han aportado elementos probatorios y aunque se publica que están cerradas, nada garantiza que no se vuelvan a abrir.
Hoy, en Estados Unidos, se está juzgando al ex presidente de Honduras que Donald Trump presumió en la Casa Blanca y en su casa de Miami como un aliado de su gobierno y de su país. Una semana después de terminar su encomienda presidencial Juan Orlando Hernández, fue detenido y hoy es procesado por una corte de Nueva York, como lo narra Peniley Ramírez, en un artículo impecable publicado por Reforma y que puede leer en el mundo de Facebook de este columnista.
En todos los reportajes se aclara que si bien las autoridades americanas aun no tienen elementos probatorios, también se sabe que las conveniencias políticas de Biden pueden no ser las de su sucesor, luego de las elecciones presidenciales de aquí y de EEUU.
Sin embargo, la narrativa de los millones de dólares que habrían servido para sus campañas desde 2006 y en 2018 cuando fue nombrado presidente electo para garantizar la libertad y la no persecución de criminales ha descolocado al presidente, lo ha puesto a la defensiva y ha salido a relucir la peor versión presidencial, esa que le costó la elección de 2006 al insultar a Vicente Fox con el “cállate chachalaca” que tanto le restó seguidores.
Al final de su gestión, un presidente desencajado pareciera no sólo preocupado por la información sobre él, su familia y sus colaboradores sino también porque los números de su candidata sucesora parecieran poco creíbles a pesar de que se esforzaron por contratar a la mayoría de las casas encuestadoras cuyos números la acreditan arriba en las preferencias electorales hasta por el doble de votos.
Empresas que no han aceptado los contratos del gobierno acreditan que la distancias entre ambas candidatas no supera los 15 puntos en el peor y 8 en el mejor de los conteos para la candidata de la Alianza. El Financiero pone A Xóchitl con 32 puntos y a Claudia con 48 por ciento en su encuesta de enero pasado. En diciembre Reforma daba 46 puntos a Sheinbaum y Xóchitl 25 puntos, pero la campaña empieza este viernes 1 de marzo.