Claroscuro
Nada es más peligroso que un animal herido arrinconado. La evaluación de su gobierno a pocas semanas de que termine pareciera que le están pegando muy duro porque, hay que decirlo, resultó un auténtico fracaso y que se lo digan saca de quicio a López Obrador. La arremetida contra María Amparo Casar es un tema que exhibe al presidente más que a la activista y su enojo tiene que ver porque la presidenta de México Unido contra la Corrupción ha exhibido con lujo de detalle la de este gobierno que se presumía distinto, diferente pero que ha resultado peor que los que le antecedieron. Testigo presencial convidado a un desayuno de la sociedad civil en la Ciudad de México, el viernes pasado varios de los ahí presentes, cuyos nombres no puedo revelar porque era una reunión privada a la que fui como invitado no como periodista, expusieron lo que revela una preocupación natural ante la embestida desde el poder de un presidente que no respeta la ley y siempre busca –muchas veces sin encontrarla- la justificación para arremeter contra miembros de la sociedad y activistas que ejercen un derecho ciudadano básico: la libertad de expresión y el análisis e investigación de los hechos de un gobierno que ha resultado muy opaco con los dineros de nuestros impuestos. Andrés Manuel fue un gran farsante. Su vena autoritaria la supo ocultar ante una sociedad que estaba urgida de resultados y se dejó engañar por un personaje que decía a cada quien lo que cada uno quería escuchar. Hoy, el desastre de ese gobierno nos mantiene con 23 gerentes en los estados que ganó Morena que son incapaces de decirle que no aún cuando la orden los inhibe de ser los gobernadores reales privilegiando la independencia de cada entidad, sometidos a los designios de un autócrata que sabe cómo frustrar los proyectos de cada uno de ellos para privilegiar los propios. En México, hay 23 gobiernos que fingen serlo, pero que saben que cada uno de ellos está expuesto al escarnio si no con capaces de complacer no sólo al presidente sino también a cada uno de sus hijos, cuyos apetitos no son muy distintos a los que llevaron a prisión a Javier Duarte o a Roberto Borge y a Emilio Lozoya. López Obrador ha sabido hacer que esos gobernadores le cedan los recursos de sus estados para obras faraónicas que no sólo no han tenido proyectos ejecutivos sino que al hacerlas a la bendición de Andrés se han enfrentado a problemas que los han llevado a pagar dos veces derecho de vía, a construir sobre suelo calcáreo, a destruir selva y cenotes como nunca antes habíamos visto. El presidente lidia en los estertores de su administración con los presuntos acuerdos con la delincuencia y el deslinde de muchos de quienes no sólo fueron sus pares en militancia sino que lo veían como la opción correcta para alcanzar el poder. Andrés lo alcanzó y ese poder lo ha usado para vengarse de sus adversarios, de sus enemigos, de sus detractores y, muchas veces, con el daño colateral de gente que ni siquiera lo conoce. Gente que consideraba la sociedad como hombres honestos han acreditado que sólo son acatadores de órdenes de un presidente que lo mismo dispone desaparecer fideicomisos que crea uno para él y su familia que les permitirá no sólo salir de la gestión sin tropiezos sino vivir a su anchas sin tener que dar un golpe, como lo han hecho hasta ahora. El presidente no lo ha sido. Tan sólo fue el coordinador de su movimiento y el dueño de una secta que llegó al poder no para gobernar a los mexicanos sino para apoderarse del presupuesto y quedarse con el poder. Era esa su oferta desde que decía que él cambiaría el régimen y mando al diablo a las instituciones que nunca consideró suyas. El presidente está desesperado. Sus números quizá le acreditan el tamaño de su fracaso ante una sociedad que no es tan permisiva cómo el creía. Esos pobres que siempre estaban a su disposición se cansaron de serlo y nunca entendieron que él los necesitaba así para ser quien los salvara y vivieran agradecidos, pero siempre pobres. La corrupción insultante de sus hijos pasa por temas criminales como las deficiencias ya detectadas en el Tren Maya, la incapacidad de quien él impuso como su candidata no sólo está manifiesta en lo que sucede en la ciudad de México y los colapsos diarios de los servicios públicos sino en su arrogancia y desdén por la rendición de cuentas, su negación a dar explicaciones, su desprecio a la honestidad desde la gestión pública y su negación al servicio público. La responsabilidad de un gobierno que no cumplió con dos de sus premisas básicas, con dos de sus obligaciones primordiales: la seguridad y la salud pública que han dejado una estela de cientos de miles de muertos asesinados o abandonados a su suerte en servicios de salud. Lo que sigue es tema peligroso: ¿que hará estas tres semanas antes de los comicios? La sociedad civil está preocupada por la anulación de las elecciones si provoca disturbios en el 20 por ciento de las casillas, si decide que no hay condiciones para realizarlas o si, como se prevee, decide no reconocer el triunfo de quienes ve como una amenaza a su libertad y a su continuidad en el gobierno, de su legado, de su paso a la historia. El final no está demasiado lejos, estemos preparados, cualquier escenario es factible, sobre todo cuando un animal está herido y arrinconado.