
Caluroso fin de semana en la Península de Yucatán
MÉRIDA, Yuc., 17 de mayo de 2025.- Aunque el maltrato físico o verbal suele ser más evidente, existe una forma de abuso silenciosa, sistemática y muchas veces ignorada: la violencia económica y emocional por parte de familiares hacia adultos mayores.
Envejecer en México implica mucho más que lidiar con un sistema de salud rebasado, pensiones insuficientes o infraestructura poco accesible. Para miles de personas adultas mayores, el principal foco de riesgo se encuentra dentro de sus propios hogares.
Este se manifiesta en acciones como:
Estos actos, que muchas veces se escudan bajo el argumento de “yo cuido a mi familiar”, terminan por vulnerar los derechos de las personas mayores.
El abandono institucional agrava el problema
Por otro lado, el sistema público también falla: falta de personal capacitado, unidades médicas sin protocolos gerontológicos, servicios saturados y una débil fiscalización en trámites legales. Esta combinación facilita que muchos abusos queden impunes o, peor aún, sean ignorados.
Además, las instituciones financieras y públicas no siempre cuentan con mecanismos claros para verificar la voluntad real de las personas mayores al momento de realizar trámites, lo que abre la puerta a manipulaciones por parte de terceros.
¿Cómo prevenir el abuso a adultos mayores?
La protección de los adultos mayores debe partir de un enfoque integral que incluya tanto a las autoridades como a las familias. Algunas medidas clave incluyen:
Para 2040, México tendrá más de 25 millones de personas mayores de 60 años, según estimaciones del INEGI. Esta transición impone un reto enorme: transformar el modelo de atención actual y prevenir que la vejez se convierta en sinónimo de abandono o abuso.
No basta con crear nuevas leyes o promesas institucionales: la dignidad del adulto mayor comienza en el hogar, en la manera en que sus propios familiares los valoran, cuidan y respetan.
Envejecer no debe ser sinónimo de vulnerabilidad
Proteger a las personas mayores es responsabilidad de todos. Desde el Estado, con políticas públicas eficaces, hasta cada familia, con actitudes de cuidado genuino y sin intereses ocultos. Porque la verdadera dignidad no se legisla: se construye con actos cotidianos de respeto, empatía y justicia.