Claroscuro
Amuletos contra la crisis
Ángela Merkel, una estadista, advirtió ayer que nos encontramos “ante el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial”. Para hacer frente a esta crisis, México tiene por jefe a una persona que reacciona con los reflejos de un presidente municipal, supersticioso y peleonero.
Los sectores tradicionalmente activos de la sociedad guardan un ominoso silencio ante los dislates del equipo presidencial y no se atreven a plantar cara al Jefe del Ejecutivo para que reaccione y se ubique en la realidad.
Nadie pide golpes ni conspiraciones, sino que el Presidente de la República ponga los pies en la tierra, pues no los tiene.
¿Cómo los va a tener, si colaboradores clave de su gobierno lo endiosan de una manera grotesca a estas alturas del siglo XXI?
AMLO debería frenar la zalamería que, ya vimos, lo marea hasta el paroxismo de sentirse ajeno a la posibilidad de contagiar al prójimo de coronavirus.
Debería recordar la anécdota que se le atribuye el presidente Ruiz Cortines (querido por todos), cuando un lambiscón conversaba con él y a medida que hablaba le quitaba las pelusas de la solapa.
Don Adolfo –como se le conocía- escuchó con paciencia hasta el final, y cuando su interlocutor terminó, comenzó a responder mientras recogía con los dedos las pelusas esparcidas sobre la mesa y se las ponía nuevamente en el saco.
Obviamente no tenemos a un Ruiz Cortines en la silla presidencial. Asistimos a un impúdico carnaval de culto a la personalidad mientras López Obrador destruye a la nación.
Por lealtad a México, tienen que pararle.
A la conferencia mañanera, cuando se esperaba que llegara con un paquete de medidas contracíclicas a la debacle económica y acciones para atenuar el inminente ataque de la epidemia en México, apareció con un par de amuletos que lo cuidan –dice- a él: una moneda de dólar y una medalla que decía: “¡Detente enemigo, el corazón de Jesús está conmigo!”.
Uno se pregunta: ¿ese es el que se cree la nueva versión de Benito Juárez?
Si se tratara de un desplante más, apenas sería de mal gusto. Pero cuando menos lo del dólar se lo cree y confía en él: “El gobierno de Estados Unidos ya está interviniendo de manera directa, profunda y van a hacer todo por estabilizar”.
Lo que dijo Trump es que posiblemente Estados Unidos entre en recesión.
Y si aquí tuvimos crecimiento negativo cuando el vecino crecía a 2.5 y hasta tres por ciento, ahora que EU entre en recesión, ¿qué nos espera?
¿El presidente Trump nos va a salvar? ¿De veras?
Señor, ¿qué va a hacer con los comercios que van a cerrar? ¿Con los restaurantes que dejarán de operar? ¿En los centros turísticos que no recibirán visitantes? ¿Con los millones de personas que viven del comercio ambulante y no tendrán ventas? Todas esas personas necesitan ingresos.
¿Y quienes tienen hipotecas o créditos y dejarán de recibir recursos por la emergencia, qué?
¿Cuál es la propuesta?
Nada de un giro radical en la conducción económica, en la eficacia al ejercer el gasto público, en la confianza a la inversión privada. Sigue pensando que todo va muy bien.
Un dólar y un sagrado corazón (ofende a muchos creyentes al utilizar esa imagen políticamente para cubrir las ausencias de ideas de su gobierno) son la estrategia. Y a seguir tirando el dinero en la refinería y en buscar petróleo.
A la ceremonia del aniversario de la expropiación petrolera llegó el director de Pemex, Octavio Romero Oropeza, con un López Obrador de peluche. En serio. Lo acariciaba entre sus manos, extasiado, como quien adora las cuentas de un rosario.
Así es el culto a la personalidad del Presidente entre sus subordinados.
Por eso no le dicen nada cuando anuncia, en esa ceremonia, que se va a duplicar la perforación de pozos en busca de petróleo. Miles de millones de dólares para ver si se encuentra petróleo.
Por cierto, el barril de la mezcla mexicana está en 18.7 dólares por unidad, y el costo de producción es de entre 14 y 15 dólares, más aparte los costos de transporte y almacenamiento.
Encomió el presidente el trabajo de su amigo, el director de Pemex, que ha entregado los peores estados financieros en la historia de la paraestatal. Romero Oropeza acariciaba el peluche de su jefe que lo bañaba en elogios.
Increíbles escenas estamos presenciando en estos días obscuros para la República.
En Italia, solamente ayer, hubo 480 muertos por coronavirus. En España informan que lo peor está por llegar y el rey Felipe VI dio un envidiable mensaje de unidad y aliento para los españoles.
Tal vez no haya mortandad en México. O sí. Los médicos dirán y yo no lo soy.
Entretanto, el Presidente no aprovecha para unir, sino que ataca a un sector de sus gobernados (conservadores vividores del erario) y recibe un elogio inmoral del encargado de combatir la epidemia, Hugo López Gattel: el presidente sí puede dar abrazos y besos porque su fuerza no es de contagio, sino moral.
El resto de la población es potencial portadora del virus y por tanto pongan distancia, no aglomeraciones ni besos ni abrazos, dice López-Gatell.
Pero el presidente puede hacerlo porque él no contagia. Venga el abrazo del jefe, y haga los mítines que quiera.
Un científico convirtió a AMLO en divinidad.
Qué vergüenza.
Cuando comienza a caer sobre el mundo la peor crisis de la posguerra, el país se encuentra en esas manos.