Pide ONU evitar un derramamiento de sangre en Siria y abrir la transición
MÉRIDA, Yuc., 18 de agosto de 2020.- “He perdido toda mi visión lateral e incluso quizás la imagen de mí mismo. Cuando me miro en el espejo, no veo la percepción que tenía de mí con mis dos ojos”, comentó Rony Mecattaf, días después de haber perdido un ojo tras la trágica explosión en Beirut.
Primero hubo humo blanco, después una explosión naranja y luego una nube negra. Son las últimas imágenes que vió el psicoterapeuta de 59 años, antes de despertarse en una Beirut hecha escombros.
La brutal explosión del 4 de agosto en el puerto de la capital libanesa, causó al menos 177 muertos y más de 6 mil 500 heridos (la mayoría por fragmentos de cristal), de los cuales al menos 400 personas sufrieron lesiones oculares, más de 50 necesitaron ser operadas y al menos 15 se quedaron tuertas, según datos de los hospitales de la región de la capital libanesa.
Dos semanas después de la tragedia, sentado en su oficina, Mecattaf enjuga la sangre que aún emana a veces de una larga cicatriz que atraviesa en vertical su párpado derecho.
El libanés recuerda que se encontraba en el balcón de un amigo, con vistas al puerto, cuando la deflagración le propulsó hasta la puerta de la entrada. Sigue sin saber si fue la puerta o un pedazo de cristal el que le mutiló su ojo, sin embargo, sus médicos le indicaron que podría haberlo perdido incluso, simplemente por la onda de la explosión.
El psicoterapeuta afirmó que pudo ser atendido gracias a una “serie de intervenciones angelicales” en las horas siguientes al drama. Un desconocido a bordo de una moto recorrió las calles llenas de escombros para llevarlo a un hospital, que desgraciadamente estaba muy dañado. Después, una monja le condujo en coche hasta otro centro, igualmente fuera de servicio.
“La ciudad era una visión del infierno”, rememoró Mecattaf, que finalmente pudo ser operado en Sidón, en el sur de Líbano, gracias a un amigo. Pero tras dos horas de esfuerzos, los médicos no pudieron salvar su ojo.
En un hospital al norte de Beirut, Maroun Dagher se somete a su revisión semanal. Al igual que cualquier persona que haya perdido su visión binocular, las tareas más simples son ahora un desafío.
Su rostro quedó pegado a una ventana en una calle muy cerca del puerto y un pedazo de vidrio de dos centímetros le atravesó el ojo izquierdo. Los primeros días después de la explosión, el dolor “solo era físico”, pero días después, supo que su visión estaba probablemente afectada de forma permanente.
“Tengo sueños en los que puedo ver todo, pero luego me despierto”, explica. “En ese momento siento malas emociones […] Simplemente te despiertas medio ciego”, dice.
La onda expansiva fue tan fuerte que, incluso a más de ocho kilómetros del puerto, rompió numerosas ventanas, proyectando fragmentos de cristal.