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UMÁN, Yuc., 21 de abril de 2020.- La señora Leydi Flores Tovar originaria de Dzununcán y quien se mudó hace cinco años a Umán, municipio ubicado al noroeste del estado de Yucatán, abrió las puertas de su casa para recibir a Quadratín Yucatán y así manifestar su angustia y descontento ante la falta de apoyos económicos que el Gobierno de México ofrece a través de programas orientados a personas con discapacidad.
“Yo tengo un niño que tiene microcefalia, soy su papá y mamá”, detalló la señora al iniciar la entrevista.
Hace dos años dos servidores públicos de la Secretaría de Bienestar de Gobierno Federal visitaron la casa de Víctor y Leydi, ya que éstas personas realizaban visitas domiciliarias con la finalidad de tramitar solicitudes de incorporación para toda persona que requiriera el apoyo denominado Pensión para el Bienestar de las Personas con Discapacidad, por lo que Víctor fue elegible para tramitar su solicitud.
“Vinieron a entrevistar a mi niño, entonces me dijeron que le iban a dar el apoyo y me dejaron unos papelitos”.
Durante la visita, el personal de la Secretaría de Bienestar recopiló documentación que acredita la discapacidad permanente de Víctor y después de unas tomas fotográficas le entregaron a Leydi unos recibos que probaban la incorporación al programa. Sin embargo, han pasado dos años desde esa entrevista y el hijo de Leydi no ha recibido algún apoyo.
Víctor Hugo Ortíz Flores nació un 14 de diciembre de 1989 y ese mismo día fue diagnosticado con microcefalia, trastorno congénito que le impidió que su cerebro se desarrollara adecuadamente durante el embarazo, a consecuencia de eso trajo consigo una discapacidad intelectual y pérdida del lenguaje, así como convulsiones y una función muscular anormal, manifestó su madre.
Cabe destacar que de acuerdo a información de Gobierno Federal, el programa consiste en la entrega de un apoyo económico de 2 mil 550 pesos a adultos con discapacidad que viven en zonas urbanas con alto grado de marginación, además impulsa la eliminación de las barreras de exclusión y discriminación.
Ante la nula respuesta, un año después la señora optó por acudir a oficinas gubernamentales de Umán, en donde presentó nuevamente documentación de Víctor, sin embargo el trato no fue el que ella esperaba ya que recordó cuando una funcionaria pública se burló de su caso, por lo que la señora Leydi se sintió ofendida.
“Se empezó a reír la señora que me atendió, yo le dije bueno sino me quieren dar la ayuda para mi hijo, que me lo digan para que no esté viniendo a molestar”, dijo con voz molesta ya que recordó aquel amargo momento.
Una vez que dejó su documentación, personal administrativo de la instancia gubernamental le dijo que se pondrían en contacto con la señora Leydi ya que le informaron que Víctor ya estaba inscrito, sin embargo aún no recibe alguna llamada telefónica.
Desde el nacimiento de Víctor, la señora se dice padre y madre del ahora joven de 30 años, ya que por azares de la vida el papá se separó de la familia.
“Así nació, con ese problema; en ese tiempo no tenía luz en mi casa yo le pedí a Diosito que me lo dejara“, enfatizó, además agregó que desde entonces ha cumplido en cuidar y proteger a su hijo día y noche, tal cual le hizo la promesa a Dios.
“Es más, si mi hijo se va, yo me voy con él, porque Víctor es mi luz, es mi todo”, agregó entre lágrimas la madre que no admite limitaciones ni condiciones.
A lo largo de su vida, Leydi no ha tenido la posibilidad de trabajar en un empleo que requiera salir de casa, debido a que siempre se mantiene al pendiente de su hijo. “No puedo entrar a trabajar en una empresa por el niño. No lo puedo dejar en manos de otras personas, porque no lo van a cuidar como yo”.
Por miedo a que otras personas cuiden de su hijo, se dedica a vender chamoyadas y chicharrones en su misma casa, lo cual, le da un pequeño ingreso económico.
Uno de sus siete hijos y quienes viven independientemente, le brinda 200 pesos cada semana, los cuales ocupa para comprar el jarabe Epamin, medicamento que permite el control de convulsiones de su hijo.
“Yo pago renta, esta no es mi casa y con los centavitos que me da mi hija se me va en la renta”, dijo, quien a su vez informó que desde hace cinco años paga una renta de mil 200 pesos.
Para hacer más amenas las tardes, Leydi se acuesta a un lado de la hamaca que utiliza su hijo, lugar en donde pasa la mayor parte del día y así, una vez que ya está atardeciendo los dos escuchan música de la radio, “porque él entiende, nada más que no puede hablar, hasta cuando abro la puerta él ya sabe que soy yo y se ríe, imagínese que se me muera, ¿yo qué haría?”, dijo.
El amor que tiene Leidy a su hijo varón es una muestra maternal que pocas personas entenderían y es que para ella no cabe la idea de rechazar a un “hijo especial”.
“No se como hay madres que no quieren a los niños especiales, por que ese niño que yo tengo es una bendición de Dios, es un ángel que cayó del cielo sin sus alitas, sin poderse valer por él mismo, y yo soy sus alitas de mi hijo”.
Finalmente hizo un llamado a las autoridades gubernamentales para que volteen a ver su caso, el cual se ha visto archivado como muchos tantos que ocurren en el país. “yo compraría una cuna que tenga barandales para dejarlo confiadamente y él se pueda girar”, dijo cuando respondió ¿para qué ocuparía el dinero?