Disonancia cognitiva

¿Por qué es más fácil engañar a alguien que convencerlo de que ha sido engañado?, eso decía Mark Twain, el escritor estadounidense y viene al caso la referencia para explicar con detalle lo que estamos viendo en este México del siglo XXI cuando uno podría pensar que habíamos logrado, por fin, vivir en una democracia, imperfecta como todas, pero ya algo que había llegado para quedarse y hoy vemos que no, que es muy frágil y que la democracia se construye todos los días y se cuida diario.

Quienes nacimos en la segunda mitad del siglo pasado tuvimos que aplicarnos para lograr que México dejara de ser el país de un solo hombre, de un solo partido al que todos, con mayor o menor convencimiento, aceptaban y esa aceptación tenía que ver con que nunca habíamos decidido quien nos gobernara. Esa facultad la tuvo siempre el presidente de una república que simulaba democracia pero, decía Vargas Llosa, era una “dictadura perfecta”.

Quienes nacieron en este siglo y en los dos últimos años del pasado poco recuerdan de cómo, a punta de manifestaciones y de presión, la sociedad civil le fue arrancando al poder presidencial derechos que todos los seres humanos tienen simplemente porque nacieron con ellos.

Acostumbrados a la corrupción institucional, el tema fue escalando cada día más cuando en la opinión pública se llegó al extremo de hacer evidente el rechazo a quienes se habían enriquecido al amparo del poder político.

El pensamiento empezó a cambiar en la medida en que el mundo empezó a ser menos inexplorado y la información menos reservada y a llegar con más frecuencia, con mas fluidez y con más certeza.

Desde el gobierno, los eternos tricolores, se encargaban de proteger sus empleos y para ello se encargaban de que su partido jamás perdiera una elección: robo de ánforas, falsificación de boletas, embarazo de urnas, carrusel de votantes que se turnaban para votar en diferentes casillas… toda una gama de triquiñuelas de quienes trabajaban en el gobierno, para el gobierno y en el partido del gobierno pero jamás para la sociedad.

En ese camino, no faltaron los asesinatos, los robos, los descalabros y los fraudes electorales que ellos, los del gobierno, consideraban patriótico porque veían a la sociedad muy lejos de involucrarse en temas de política.

La experiencia como reportero permitió al que escribe ver con crudeza como desde el gobierno se diseñaba el triunfo del candidato oficial validado por los diputados, representantes no del pueblo sino del partido, quienes hacían méritos al convertirse en colegio electoral y cuya participación les daría acceso al nuevo gobierno para ser funcionarios públicos con un presupuesto asignado, el sueño de cualquier político.

Hoy, cuando vemos cómo ha gobernado López Obrador, quienes estuvimos presente en las jornadas de luchas cívicas no podemos dejar de darle las gracias por recordarnos que los éxitos electoral democráticos jamás estarán a salvo cuando alguien con desprecio por su país llegue a ocupar el máximo cargo y esté decidido, aunque viole sus promesas de campaña y su protesta ante el Congreso, a derribar todo lo que permite a la sociedad la alternancia política, la rendición de cuentas y el derecho único del ciudadano a emitir su voto para elegir a quien entregarle la confianza de dirigir el país.

Andrés Manuel se ha encargado de reconstruir ese país que tuvo gobiernos impresentables, gobiernos de corrupción y gobiernos que despreciaban las elecciones al extremo de que siempre las violentaron. Ganaban a la mala.

Desentendiéndose de sus promesas de campaña, López Obrador ha ido quitando los ladrillos de la sociedad civil, de la transparencia, de la transición y regresado a los peores vicios del pasado, esos que hoy le cobran popularidad a todos los partidos porque no pudieron evadirlos ni evitarlos y que sirvieron de excusa para que un candidato se convirtiese en gobierno que, hay que decirlo, tiene como objetivo anular los derechos que una sociedad conquistó.

La compra de votos “disfrazados”, la candidata incapaz de censurar la falta de resultados, la científica cuya ciencia no se refleja ni en sus discursos, cuya preparación no evita que evada respuestas, no evita decir que ella es la de la continuidad, la consentida del presidente desde hace años y que por eso la hizo jefa de gobierno, una a la que se le cayó la línea 12 del metro, que dejó de darle mantenimiento al servicio público de transporte, que fue cómplice del robo del fideicomiso para damnificados del sismo.

El partido para la copa presidencial empezó dos a uno en el marcador aún antes de que se iniciara el juego, pero no se le olvide lo que hay que ver es resultados y dónde está esa transformación del país en temas de seguridad, de asesinatos, de crimen organizado; donde está el país en salud, ¿en verdad estamos como Dinamarca? ¿Dónde quedó la transformación en salud?; ¿dónde está la transformación en educación?, ¿los niños de hoy serán los grandes pensadores y trabajadores del futuro por la calidad educativa?

No, la transformación no se ve ni en termas de corrupción y menos en temas de eficacia y eficia. México merece más!

Guadalupe Subiria

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