Indicador Político
Fin de sexenio
Jamás he simpatizado con Andrés Manuel López Obrador. Siempre lo vi como un personaje que sólo se veía a sí mismo y que utilizaba los argumentos de otros para hacerse importante.
Sin embargo, escribí en contra de su desafuero por considerarlo un trampolín electoral para él y su mesianismo.
Admito que ello implicaba perdonarle un desacato a una orden de la corte que había concedido el amparo por la expropiación de un predio que se usaría para la autopista México-Toluca, pero que se pervirtió por las aspiraciones presidenciales de Martha Sahagún. Medios internacionales como The Washington Post, The New York Times, Los Ángeles Times y el Chicago Tribune, la mala decision del desafuero que calificaron como un retroceso a la democracia. TWP calificó a Andrés como “guerrero de las clases” y “un campeón incansable de los menos privilegiados” contra una “élite corrupta”. Él no se quejó de ellos.
Varios denunciamos la “arbitrariedad” de un gobierno que parecía ser más autoritario del que había sacado del poder y que se comportaba en sentido contrario del anhelo democrático del país.
Hoy, al final del mandato de Andrés, puede entenderse que siempre fue un falso demócrata y que el autoritario real siempre fue él al extremo de extinguir la Suprema Corte de Justicia con una reforma que los principales voceros de los derechos humanos y de la democracia califican como un retroceso y de graves consecuencias para el país.
López Obrador venció ese trance gracias a la movilización ciudadana, esa que derrotó la tentación autoritaria del presidente Fox, elegido democráticamente, en un país que se abría luego de casi 80 años de gobiernos hegemónicos.
En el fin de su sexenio, López Obrador, por desgracias, acreditó que quienes no le tuvimos confianzan nunca, no estábamos equivocados. Las anécdotas de los propios perredistas nos hacían dudar de la vocación democrática del personaje: hablar con miembros de ese partido dejaba claro el autoritarismo de Andrés y la imposición de sus decisiones como órdenes irrebatibles.
Empero, los hechos desnudan a quien se decía defensor de la democracia y a su llegada al poder dejó claro que sus propuestas legales y electorales sólo sirvieron para que alcanzara el poder y, desde él y con su presupuesto, construyera un proyecto político que sólo lo dirige y lidera él mismo.
No nos equivoquemos: López Obrador fingió una democracia en la que no creía y de cara al país usó y manipuló el presupuesto a su cargo para edificar su partido y su idea de cómo debía gobernarse el país aunque ello implicara un retroceso al PRI más añejo y al país de un solo hombre.
No pretendo ser un radical pero siempre he sido periodista que analiza los hechos y los digiere en propuestas que se plasman en mis colaboraciones: Andrés engañó a todos, desde a quienes lo ayudaron a llegar a la presidencia por la vía democrática hasta esa población que muy tarde se dará cuenta que cedió sus derechos para encumbrar un proyecto personal por el que siguen creyendo, que votaron y que nos pasará una factura económica y de desarrollo y crecimiento que afectará a generaciones, pero lo peor es que estaremos sujetos a la veleidosidad de los políticos de la 4T, que hoy reeditan al priismo más crudo, más atrabiliario y cínico que alguna vez tuvimos.
Andrés Manuel les dará también una lección a quienes creían que el esfuerzo personal significaba algo, y si lo dudan vean a los abogados que confiaron en la carrera judicial y hoy, de pluma y porrazo quedaron a la merced de los designios de los poderosos que decidirán quienes suben, quienes se estancan y quienes, para ellos, no vale la pena conservar.
El tiempo pondrá a su lugar a todos, los que no confiamos nunca y quienes volverán a ver la desgracia pero le echarán la culpa a los del pasado, después de todo pocos sabrán lo que pasó en 2018-2024.