Democracia herida
Al fin se acabó la farsa…
Andrés Manuel no gobernó para todos ni para quienes nunca nos gustó su proyecto de país, pero el ganó las elecciones de 2018 y se le deseo lo mejor porque fue la decisión de la mayoría.
Sin embargo, Andrés gobernó para sus hijos, su familia y su partido y para ello hizo lo indecible, y en el camino fingió que le importaban los pobres: violó la constitución, falseó datos, mintió todos los días insultando y confrontado a sus opositores y hasta contra aquellos que fueron sus colaboradores y en algún momento les sirvieron a sus propósitos.
¡Por fin! Se acabó el gobierno del estás conmigo o contra mí. El gobierno del odio y de la revancha, de la incapacidad y de la ignorancia real, fingida o resaltada.
Sin resultados, sin éxitos, sin datos verídicos ni verificables cuando un buen gobierno es el que genera resultados para todos, cuando su esfuerzo se enfoca que reducir las diferencias y el rezago social y en aportar datos para que los ciudadanos puedan medir su eficacia y eficiencia, pero nada de eso pasó en 5 años y diez meses.
En México, nuestro problema es que hace muchos sexenios tenemos presidentes que sólo llegan al poder para adueñarse de diferentes privilegios y gobiernan con la idea de que deben de ganar la siguiente elección. Andrés no fue así: él ideó como quedarse con el gobierno y su presupuesto para ganar elecciones y tener un país entero a la disposición de él y su familia gobernándolo. Algo similar a lo que vemos en Cuba, en Nicaragua o Venezuela, lo mismo hasta en lo mediocre, pero México no es como esos países.
Desde su gobierno, López Obrador instruyó a sus hijos a conformar una red de corrupción que elevó cinco veces el presupuesto del tren maya, aún sin terminar; hasta tres veces el de la refinería de Dos Bocas, que sigue sin refinar; varias veces más la del Transítsmico además de Segalmex y el aumento de la deuda que rebasó el 50 por ciento del producto interno bruto para llegar a 6.6 billones.
El gobierno de los pobres gastó a manos llenas, pero fracasó en quizá el principal compromiso de un gobierno: salvar la vida a sus ciudadanos y darles servicios médicos de calidad. De eso, nada: casi 200 mil muertos incluyendo los feminicidios; 800 mil muertos en la pandemia y otra cantidad similar por la falta de medicamentos, tratamientos y vacunas. El sexenio de la muerte, sin lugar a dudas, luego de esas cifras que no las comparte con ningún otro país del mundo, aunque si quizá con aquellos que aún en guerra no han logrado superarnos.
“No se ha abatido la pobreza profunda ni los efectos de esas condiciones que tienen que ver con la generación de narcoviolencia, el imperio de la ilegalidad, el crecimiento de la extorsión y otros derivados que escapan de esa canasta: la narcocultura como formadora de una generación. El aspiracionismo basado en la eliminación violenta del prójimo. “Tengo lujos porque mato”. “Mato para tener lujos”. Ahí no pudo la revolución de las conciencias. Y eso crece, se ejerce, se oye y se baila. La dura realidad hace la diferencia”, escribió roberto Zamarripa, en su Tolvanera en el diario Reforma.
El ”humanismo” de un presidente que jamás le importaron los más pobres: los inundó en su natal Tabasco para privilegiar a los más privilegiados de la capital; los soldados que son pueblo uiniformado lo mismo fueron humillados, despojados que soportaron el escarnio de una población que protege al narco que les resuelve los problemas cotidianos. Ellos gobiernar buena parte del país, ellos son el gobierno, ellos les cobran impuestos a veces de sangre, a veces con hijos o hijas para sicarios o para el tráfico sexual.
México quizá no haya tenido nunca un gobierno del que nos sintiéramos orgullosos, pero hoy podemos asegurar que tuvimos un gobierno que nos hizo ruborizar y al que quizá debemos darle las gracias por abrirnos lo ojos y entender que las más sólidas instituciones pueden ser demolidas por un demagogo.
Postrados el poder legislativo se sumó a la destrucción del país del ejecutivo y prendió velas para adorar a quien, para más de uno, significo esa oportunidad de llegar al gobierno que, como vieron, había que saquear para estar a tono con el ejemplo. Después de todo, la impunidad es absoluta.
Hoy, el día de la toma de posesión de la que será la primera presidenta de México, no sabemos con certeza si la presidenta de la SCJN, Norma Piña, irá a la ceremonia como titular de un poder que sigue bajo el asedio de un grupo político que considera su exterminio por el pecado de no interpretar la Constitución al gusto de la 4T.
Finaliza Pascal Beltrán del Río en su recuento de las mentiras del presidente del presidente en su bitácora del Director en Excélsior con una frase que el propio Andrés Manuel decía como para generar confianza: “La mentira es del demonio”, hoy hasta eso le quedó grande a quien le mintió a todo el pueblo de México.