Indicador Político
Nací en un país donde desde el gobierno se asesinaba a estudiantes tan sólo por exigir libertades y derechos que el gobierno no concedía a pesar de haber nacido con ellos.
Frases tan trilladas e imbéciles como “las que ud. diga Sr. presidente”, se hicieron populares porque esa era la costumbre: se hacía lo que el presidente quería y si se podía ser adulador en exceso, pues todos a la cargada con tal de quedar bien con el régimen de partido único, de partido hegemónico, de partido de Estado.
Por años, quienes crecimos viviendo en el México del siglo pasado tuvimos la esperanza de que la libertad fuera plena, absoluta y que el gobierno se redujera a ser sólo el conductor de un país que siempre ha sido tan plural, tan diverso y tan diferente en Veracruz como en Oaxaca, o Quintana Roo con Acapulco, y para ello nos organizamos, presionamos y logramos muchos avances no por concesión graciosa del gobierno sino por el empuje de una sociedad que estaba harta de ver diputados “levantadedos” que sólo asentían sin discutir, sin reflexionar, sin medir cuál era el alcance de las leyes que aprobaban.
Era ese gobierno que se solazaba de ser de un partido único y que las facultades metaconstitucionales implicaban el “derecho” del presidente de elegir, de su gabinete, a quien sería el candidato de ese partido hegemónico que nos engañaba sin hacerlo, pero fingía ser democrático: convocaba a elecciones, provocaba que hubiera opositores paleros, pero proscribía a quienes en verdad representaban una oposición.
Los avances en ese país tuvimos que arrancárselos a los autoritarios: Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo y hasta Salinas de Gortari cuando los estertores del país que exigía cambios llevaron a los que se sentían desplazados del poder a confabularse contra el siguiente candidato por la certeza de que serían hechos a un lado por quienes representaban un proyecto que a ellos ya no los incluía.
Murieron más, ahora sí tenían nombre y apellido: Colosio, Ruiz Massieu y una treintena más que sabían o tenían información que no convenía se supiera.
El Tratado de Libre Comercio vino a acercarnos a un Estados Unidos que muchos creían como enemigo sin saber que muchos de los presidentes de la época habían sido espía de la CIA y tenían por denominación Litempo más un número: ellos fueron Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo, quienes usaron su posición para conducir la política del país con información favorable a ellos mismos para poder ejercer el poder.
Hoy, después del gobierno de Ernesto Zedillo, México tomó el rumbo de la democracia. Si bien es verdad que Salinas se robó la elección de 1988 también es cierto que la necesidad de legitimación de su gobierno lo obligó a pactar con quienes no lo veían como un adversario o su enemigo político, como lo trataban Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo quienes desde la fundación del PRD fueron sus críticos más acérrimos.
Esa distancia favoreció el acuerdo con el PAN y en la apertura democrática se crearon instrumentos que, hay que decirlos, también fueron impulsados desde la izquierda.
Con la llegada de Zedillo luego de los asesinatos, el presidente determinó que la sana distancia de él y su partido tenía que ser en los hechos y aunque colocó a varios presidentes del PRI ese partido se abrió a la democracia participativa y provocó y aceptó cambios en las leyes que regían los comicios y en 1997 el PRI perdió, por primera vez, su mayoría parlamentaria.
En el año 2000 el PRI dejó la presidencia ante el candidato del PAN, Vicente Fox, y ello aceleró la apertura democrática impulsada por el PRD, PAN y los demás partidos de oposición.
El camino recorrido desde ahí nunca fue fácil, pero los triunfos electorales de cualquier partido con registro se hicieron posibles y tanto el PAN como el PRD ganaron gubernaturas y ayuntamientos, amén de diputaciones y senadurías.
Hoy ese andamiaje institucional consolidado con la reforma de 1994 a la Suprema Corte de Justicia de la Nación fue la última estocada al partido de Estado que vio cómo se disolvía el control presidencial de jueces y magistrados y cómo se crearon posteriormente autoridades y juzgados electorales con amplia libertad de resolución. Hubo por primera vez una Corte Constitucional en vez de un presidente de la República que tenía la última palabra.
Toda esa historia pareció detenerse y retroceder cuando el principal promotor de la legislación vigente decidió mandar al diablo a las instituciones que la sociedad había construido y el hartazgo social por la falta de cambios sólidos y expeditos en el país convirtió la transición política mexicana en una falla que aprovechó el ganador de la elección de 2018 para exacerbar el disgusto social y ganar los comicios y desde ahí colonizar o desmantelar a los órganos autónomos para volver al Estado de partido hegemónico que organizaba las elecciones, las calificaba y daba por vencedor siempre al candidato que el presidente había elegido.
Ese país regresará en todo su esplendor si la nueva reforma al poder judicial prospera gracias a que Morena logró un triunfo absoluto en ambas cámaras lo que le permite modificar, a su gusto las veces que quiera, una Constitución que dejará de ser la 1917 que hoy, con adiciones y reformas, nos rige.
Sobrevivimos y avanzamos a pesar del partido de Estado. Lo haremos de nuevo a pesar del retroceso. Apostemosle que regresará la democracia, aunque pasen muchos años y que como ayer, los abusos nos hartaron lo suficiente para sacarlos del poder.
Mientras amoldémonos a los nuevos tiempos, esos que, a pesar de todo, nos permitieron avanzar en esos años porque siempre podremos hacerlo.
Lento aprendizaje
Violando amparos y violentando derechos ciudadanos quienes juraron que serían los primeros en respetar la Constitución y las leyes que de ella emanan. Cumplieron a regañadientes las normas de un país democrático: fueron a elecciones, se contaron los votos, ganaron, perdieron, impugnaron y les ratificaron o cancelaron sus triunfos. Ahí si: la ley es la ley.
Esperaron a que la autoridad judicial validara su triunfo y ya sentados en sus cargos públicos, validados por la autoridad, y con la legitimidad de los votos, ahora las normas las desestiman, las ignoran, las violentan porque sus pretensiones no son válidas porque violentaron procesos, no se apegaron a los procedimientos, violentaron las normas y terminaron imponiéndose.
En el proceso de las propuestas y modificaciones constitucionales de nuevo se aceleraron, querían darle “un regalo” al que se las envió y, en el camino, no tuvieron el pudor de respetar lo que dicen las normas legislativas y la ley orgánica para procesar las propuestas.
Hoy, cuando el país se enfrenta a una situación en la que dos de los tres poderes quiere destruir y dividir al otro para hacerlo su aliado, se niegan siquiera a que la Corte defina si puede, institucionalmente, proceder contra sus propuestas que no sólo violentan la división de poderes, la democracia y los derechos de quienes trabajan en la Suprema Corte porque les truncan sus carreras al cambiar por completo la manera como pueden escalar en el escalafón jurídico que norma, hasta hoy, la selección de jueces y magistrados.
Para que haya democracia tiene que haber demócratas, pero la democracia no sólo está en ganar elecciones sino en respetar las normas para ello y en proteger los derechos de todos, no sólo los de sus partidarios y sus simpatizantes. La democracia no te permite hacer lo que te dé la gana, aunque sí, por lo que vemos, aplastar a tus adversarios y negarte a escucharlos, negarse incluso a hablar con ellos es la tónica de quien ganó la elección y ahora se escuda por esos 36 millones de mexicanos que sólo son el 28 por ciento de la población del país.
“La definición de la democracia como una red de información distribuida con mecanismos de autocorrección sólidos contrasta claramente con la idea común pero errónea que equipara la democracia solo con las elecciones. Las elecciones son una parte fundamental de la caja de herramientas democrática, pero no son la democracia. En ausencia de mecanismos de autocorrección adicionales, unas elecciones pueden amañarse con facilidad. Por sí solas, unas elecciones completamente libres y justas no garantizan la democracia. Porque ‘democracia’ no es lo mismo que ‘dictadura de la mayoría’”, dice Yuval Noah Harari, en su más reciente libro, citado en El Financiero.
Agrega también: “Es habitual que, para socavar la democracia, los hombres fuertes, ataquen uno a uno sus sistemas de autocorrección a menudo comenzando por los tribunales y los medios de comunicación. El típico hombre fuerte, o bien priva a los tribunales de sus poderes, o los llena de gente de confianza e intenta acabar con los medios de comunicación independientes mientras construye su propia y omnipresente maquinaria de propaganda”.
“…en una democracia, hay dos cestas de derechos protegidos del control de la mayoría. Una contiene los derechos humanos. Una democracia prohíbe que el 99 por ciento de una población pueda exterminar al 1 por ciento restante porque esto viola el derecho humano más básico, el derecho a la vida”.
“La segunda cesta fundamental de derechos contiene los derechos civiles. Son las normas básicas del juego democrático, las que consagran sus mecanismos de autocorrección. Un ejemplo claro es el derecho al voto. … . Otros derechos civiles incluyen la libertad de prensa, la libertad académica y la libertad de reunión, que permiten que los medios de comunicación independientes, las universidades, y los movimientos de oposición cuestionen al Gobierno”.
Y expone: “Es particularmente importante recordar que las elecciones no son un método para descubrir la verdad. En realidad, son un método para mantener el orden cuando se trata de decidir entre los deseos en conflicto de la gente. Más que la verdad, las elecciones establecen lo que la mayor parte de la gente desea. Y la gente suele desear que la verdad sea algo diferente de lo que es. Por ello, las redes democráticas mantienen ciertos mecanismos de autocorrección con el objetivo de proteger la verdad incluso de la voluntad de la mayoría.”
“Naturalmente, las instituciones académicas, los medios y el sistema judicial pueden también hallarse comprometidos por la corrupción, los prejuicios o el error. Pero es probable que subordinarlos a un Ministerio de la Verdad gubernamental empeore las cosas. En las sociedades desarrolladas, el Gobierno ya es la institución más poderosa y suele ser el más interesado en distorsionar u ocultar hechos inconvenientes. Permitir que el Gobierno supervise la búsqueda de la verdad equivale a encargar al zorro que vigile el gallinero.”
Sin embargo, en Morena quieren todo para su líder y así trataron de dárselo a López Obrador y ahora Claudia Sheinbaum lucha por tenerlo. Pareciera que los ambos fingieron ser demócratas aunque de López se entendería por su origen priista, pero ¿y de Claudia?
Los hechos y sus argumentos hablan por sí mismos…