Indicador Político
La propuesta de eliminar los 200 diputados electos por la vía de la representación proporcional ha estado presente en todo partido mayor, no necesariamente mayoritario. El PRI lo propuso hace cinco años. No advirtió la tormenta que le venía a pesar de los muy malos resultados de la elección de 2016. Ahora, el presidente López Obrador da a conocer su propuesta de desaparecer los llamados diputados plurinominales para dejar la Cámara en 300 diputados electos en distritos por mayoría relativa.
La idea es pésima. Su primer efecto es la sobrerrepresentación de la minoría mayor en detrimento de la proporcionalidad, es decir, igualar el porcentaje de votos con la proporción de diputados. Los partidos pequeños históricamente no ganan distritos, pero sí pueden contar con un porcentaje razonable de votos. Es así que la propuesta de dejar solo los diputados de mayoría relativa afecta la pluralidad y excluye de la representación a las minorías.
La proporcionalidad de la representación debe ser el objetivo central de la integración de la Cámara baja. La supuesta representatividad que dan los diputados por distrito no existe porque el voto legislativo se define por línea partidaria. Existe una fórmula para dar mayor vinculación ciudadana a los diputados plurinominales, y es que las listas que formulan los partidos se abran, es decir, que los electores puedan votar por los nombres en el listado y no como sucede en la actualidad, que el voto por diputado de mayoría, también define la representación proporcional.
Esto ha propiciado el abuso de las dirigencias partidistas al definir las listas de diputados de representación. Los primeros lugares son los que tienen mayor posibilidad de ser electos, decisión que es de los partidos, no de los ciudadanos. Abrir las listas significa que sean los votantes los que decidan quienes en la lista llegarían a la Cámara.
Para algunos, una Cámara con 500 diputados son muchos y redunda en un gasto innecesario. El problema no es lo que cuestan, sino qué hacen más que individualmente, de manera colectiva como órgano legislativo. Un Congreso con mayoría absoluta de una coalición gobernante improductivo y sometido al gobierno, como sucede ahora, y en la situación de presidencialismo autoritario actual, a extremo tal que las iniciativas del Ejecutivo no sufren cambio alguno.
En el contexto partidista vigente es del todo explicable el propósito del presidente López Obrador de terminar con la inclusión propia de la pluralidad y la sobrerrepresentación de su partido. Además, es muy probable que el país regrese a la pluralidad previa a 2018 y con ello contener el abuso del poder que ocurre cuando no hay contrapeso del Congreso.
Es conveniente discutir el número de diputados. Se puede regresar a 300 si se quiere, pero debe hacerse sin sacrificar la pluralidad y la proporcionalidad, y la mejor opción es escoger la integración de la Cámara por representación proporcional. Otra opción es reducir los distritos en 150 y que los diputados de representación sean otros 150, y limitar a cuatro puntos la sobrerrepresentación, en lugar de los ocho actuales.
De cualquier manera, es difícil que prospere un cambio en la fórmula de integración de la Cámara de Diputados. Las minorías no tan pequeñas como el PRI, MC, PRD, PVEM y PT carecen de un incentivo para el cambio, menos en la desaparición de los diputados de representación proporcional, decisión a la medida de Morena y del PAN, por ahora.
Como se ha señalado, las propuestas de reforma recientes, como la de designar a los magistrados del Tribunal Electoral y a los consejeros del INE mediante voto popular son un disparate con propósitos testimoniales, no de mejorar. Sin duda, un recurso distractor ante los magros resultados del ejercicio público. El fracaso en el gobierno conduce a propuestas de cambio absurdas, inviables y contrarias al proceso democrático. Es el caso de un presidente que, en el cuarto menguante, piensa más en su legado que en cumplir su responsabilidad.