Indicador Político
El proyecto político en curso dista mucho del que dio lugar al partido hegemónico en el siglo pasado. Son años luz la distancia entre Reconstrucción Nacional y el Nacional Revolucionario. Tienen en común el caudillismo de sus promotores y el pragmatismo programático; las referencias de López Obrador a los pobres no son menos elusivas que a las de la Revolución Mexicana, como mostró hace años Arnaldo Córdova. Lo que domina a ambos es un acomodamiento excluyente: para los de casa todo, para los de fuera, palo. Otra analogía es que el partido personifica al Estado o la Nación, ser opositor es estar en contra del país; el proyecto partidista callista no se inspiró en la representación democrática, sino en el fascismo italiano.
Las diferencias están en que Morena es López Obrador, Calles era el jefe no el dueño. No hay otro referente de cohesión. La renovación sexenal se vuelve en contra del proyecto. Morena sin su líder moral es frágil en extremo porque no quiso darle la institucionalidad al proyecto partidario, como lo pidieron algunos, especialmente Bertha Luján. Como bien lo señalara Madero en su texto sobre la sucesión presidencial, la edad del presidente es la misma que del régimen. Todo es cuestión de tiempo.
La alianza de mayor peso que ha construido desde el poder López Obrador ha sido con las fuerzas armadas y esto pudiera dar a pensar en el ejercicio del poder más allá de la investidura presidencial, como en su momento intentó Calles hasta que su propio discípulo, el general Lázaro Cárdenas, tuvo que echarlo del país.
El sector militar ha crecido en poder e influencia sin precedente y sus jerarcas deben estar comprometidos institucionalmente con el presidente. Sin embargo, no todos en las fuerzas armadas ven con beneplácito hacerla de policías o de constructores, hay una desnaturalización de su tarea fundamental y los expone al desgaste. Nadie ni nada es inmune a la corrupción derivada del combate al crimen o el de la obra pública.
Más aún, el ejército mexicano tiene un código de lealtad claramente interiorizado. Hay sentido de cuerpo, como en ninguna otra institución, pero quien se va deja el mando, así sea el comandante supremo o el general Secretario. El ejército estará a la orden de quien sea presidente o presidenta y si es el caso de revertir su protagonismo, lo acatarán si esa es la determinación de quien manda.
La cuestión es que Morena no tiene las características ni la circunstancia para continuar en condiciones de hegemonía y servir al poder presidencial como ocurrió durante más de sesenta años con el PRI. El clientelismo como medio de control hace sentido en una sociedad rural, no urbana. De hecho, una vista superficial de las elecciones de 2021, comparado al voto de la de 2018, mostrará que hay en curso una rebelión muy clara del voto urbano, particularmente el de las grandes ciudades, esto incluye, desde luego, el Valle de México, lugar de la hegemonía de López Obrador. La condena del presidente a las clases medias y al legítimo deseo de superación profundiza la distancia entre el proyecto y los otrora seguidores. El poder se gana con las clases medias, más ahora.
Las elecciones de 2024 serán mucho más competidas de lo que parece a pesar de la languidez de la oposición. No sólo por una eventual escisión en la coalición gobernante, sino porque Reconstrucción Nacional sin López Obrador pierde su capacidad para atraer la adhesión social. La aceptación no se traslada precisamente porque no se construyó un proyecto político que permitiera el relevo presidencial. Los atributos de López Obrador para concitar apoyo popular son excepcionales e intransmisibles; emularlo es suicida. En todo caso debieran aprender de la manera como el PRI resolvía la sucesión hasta 1970: el proyecto por encima de la afinidad personal del presidente.
El presidente gira a cuenta ajena. Actúa sin sentido de proyecto común porque el asume que él y lo que cree y siente es el proyecto. Sus desbordadas ambiciones de trascendencia conspiran contra él. La conducción del proceso sucesorio es muy ajena a las formas políticas que dan buenos resultados. Su parcialidad es evidente, también su intolerancia e impaciencia. Tres muestras lo revelan: la sucesión adelantada, el rechazo al INE y sus consejeros, así como la embestida contra Ricardo Monreal, por cierto, su mejor operador en el Congreso.
Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto