Opinión

Las percepciones y las realidades

Siempre hay una brecha, mayor o menor, entre qué se percibe y qué existe. La realidad no siempre se impone por lo que la persona experimenta, porque este proceso está mediado por la interpretación individual y social, por el imaginario donde los sucesos se decantan. Una mala situación puede ser percibida por diseño divino, culpa propia, el pasado o porque quien gobierna no hizo lo debido.

Andrés Manuel López Obrador posee el mérito de tocar como nadie a las personas. Sus palabras son puente entre el creer, pensar y sentir de la gente. Se recrean los anhelos, las frustraciones y los problemas, donde la esperanza y la explicación sobre la causa de la realidad adversa o ingrata. Siempre la persona, considerada pueblo, será absuelta de responsabilidad. No hay ciudadano sino un colectivo llamado pueblo que en la idea obradorista alude a una historia trágica de opresión y exclusión, la consecuencia será inevitable: el rencor social y la dádiva pública.

Experiencias históricas como la que se vive en el país no es la representación política en su sentido liberal; tampoco el gobernante que actúa con autocontención y los límites que impone una institucionalidad democrática. Representar místicamente al pueblo es licencia para todo, confrontar y combatir lo que limita y frena, sean los contrapesos institucionales, la libertad de expresión, la resolución del juez o el escrutinio opositor. No ser como los de antes no solo refiere a una superioridad moral, también a un mandato trascendente equiparable a la gesta de la independencia, la reforma o la revolución. Por lo mismo, aquello no consecuente con el elevado proyecto político será remitido al cajón de la ilegitimidad, los conservadores, los traidores a la patria, los corruptos. La moral del populista es de guerra, vuelve aceptable lo que se le somete, así sea contradictorio con la prédica. Como tal, es inaudito que las palabras de condena fluyan con más facilidad contra un periodista independiente que contra los criminales que tanto dolor y sangre han provocado. Cinco años dan testimonio y sorprende que ocurra en el marco de la complacencia social.

Los pueblos pueden vivir, al menos una mayoría y por algún tiempo, en la ficción. También sucede con públicos minoritarios pero relevantes. Por ejemplo, los republicanos en EU, a pesar de la evidencia y de una razonable cobertura noticiosa y de rigor editorial, hace propia la idea de que el presidente Donald Trump fue despojado de su triunfo a través de la trampa. Para ellos es una realidad que no requiere mayor examen y que significa que el expresidente encabece en estos momentos las opciones para la candidatura presidencial. El cinismo tiene premio en la medida que el personaje haga propios los agravios imaginarios de un colectivo relevante.

En México la calidad de la información y la precariedad del debate público significan que el presidente goce de impunidad social. A lo anterior debe sumarse el oportunismo de las élites y el miedo a represalias por el uso ilegal de los instrumentos del Estado para el combate del crimen organizado, particularmente la Unidad de Inteligencia Financiera, la divulgación de información protegida o el calumnioso señalamiento presidencial desde su privilegiada e influyente tribuna. Existe un sentimiento de que la sociedad está en estado de indefensión ante el embate autoritario desde la cúspide del poder.

La renovación del poder en 2024 se anticipa dispareja. La dificultad mayor no deviene de la inequidad ni del impacto pernicioso por el gasto social o el intervencionismo presidencial; el problema mayor radica del lado de la oposición, donde el desafío es que el cambio se articule con las razones y emociones profundas de la mayoría de los mexicanos o al menos de una parte significativa. En especial, hacer sentir a los votantes qué está de por medio. El presidente, no su partido ni su candidata, ha dejado en claro que el 1º de septiembre, con una nueva legislatura deberá emprenderse un cambio radical en el sistema de justicia para eliminar su independencia y autonomía, como propone igual para el órgano electoral. Por si fuera poco, también se eliminaría la representación de la pluralidad en los órganos colegiados de gobierno, particularmente el Congreso de la Unión. No es una propuesta de cambio, es la devastación del sistema democrático. La imposición autoritaria a partir de la manipulación de las percepciones en una sociedad indefensa.

Carmen Torres González

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