Teléfono Rojo
Las preocupaciones de Cuauhtémoc Cárdenas son genuinas y compartidas. Bien por él al comparecer ante el grupo plural de senadores y que éste ofrezca espacios en un momento relevante para la política y el Congreso, y dar voz a quienes mucho aportan al diagnóstico de la situación actual, con autoridad suficiente para romper con la inercia de polarización política.
Al fundador de la izquierda democrática mexicana no preocupan las campañas anticipadas promovidas desde la misma presidencia de la República, sino que los aspirantes no han dicho para qué quieren llegar a la presidencia, especialmente ante la desigualdad social e inseguridad en este gobierno. La realidad es que las posibilidades de la candidatura se complicarían de manifestarse independientes a la manera de pensar, decir o proponer de López Obrador. La excepción ha sido Ricardo Monreal y eso le ha significado ser marginal para la nomenclatura morenista y estar fuera del ánimo del mismo presidente.
Para la política es oportuno que Cárdenas ponga en duda la supuesta identidad de izquierda del proyecto político en curso, que no puede serlo por sus resultados, especialmente por la profundización de la pobreza, el arreglo con la oligarquía nacional y el deterioro de la soberanía nacional, particularmente por el crimen organizado y por el sometimiento de la política migratoria al vecino del norte. Tampoco tiene que ver con un proyecto de izquierda la propuesta de militarización de la vida civil. Cárdenas siempre ha rechazado la militarización de la seguridad pública, porque parte de la convicción que es lo peor para las fuerzas armadas y también para la sociedad.
Razones políticas profundas explican la distancia del michoacano con el presidente. El caudillismo que subyace en la política nacional es la negación del proyecto cardenista. Lázaro Cárdenas dio término a eso. Ahora, hasta voces relevantes de Morena se pronuncian por la continuidad del liderazgo político de López Obrador, más allá del término del cargo y de la responsabilidad que solo atañe al presidente de la República.
Muy oportuna la defensa de Cárdenas al INE y su señalamiento de que se le deben otorgar los recursos suficientes para el cumplimiento de sus responsabilidades. Es evidente que no muerde la trampa de la austeridad a manera de afectar a las instituciones. La debilidad del órgano electoral conlleva el riesgo de una elección de Estado, coincidencia central con el riesgo de una regresión autoritaria por la vía del partido de Estado y de la manipulación electoral que señala Beatriz Paredes, y que hace 37 años movió a Cárdenas y a Porfirio Muñoz Ledo a rebelarse contra el PRI y emprender la gesta política que condujo a la transición democrática nacional. Lucha, por cierto, donde López Obrador fue espectador, y su alter ego en política eléctrica, Manuel Bartlett, artífice y operador de la elección fraudulenta de 1988.
No deja de ser extraordinario que la historia ponga a cada cual en su lugar: Porfirio y Cuauhtémoc, uno y otro a su modo y visión, dos de las figuras más relevantes en el quiebre del autoritarismo mexicano, ahora en defensa de la institucionalidad democrática a que dieron lugar con el respaldo de muchos otros, incluso del PAN, como el Maquío Clouthier, Carlos Castillo Peraza y Diego Fernández de Cevallos. López Obrador como el articulador del proyecto de devastación de lo alcanzado, especialmente de órganos electorales independientes y de una justicia electoral confiable para garantizar el sufragio efectivo, el respeto a las libertades y la coexistencia de la pluralidad política. La preeminencia política de Manuel Bartlett en el actual gobierno explica todo.
Las preocupaciones de Cuauhtémoc Cárdenas son las mismas de muchos mexicanos; sería útil que los partidos de oposición, ahora muy diezmados, fijaran posición clara respecto a los grandes problemas que aquejan al país, y los señalamientos cardenistas deberían dar lugar a una reflexión sobre el futuro de la democracia mexicana y los efectos del avance creciente del crimen organizado.