Indicador Político
La fuerza de un nombre, así tenga abajo el vacío y el desastre, puede convulsionar y crear las más grandes tragedias. Los vimos con el surgimiento de Hitler. O simplemente ser una patraña publicitaria que a la postre genera risas y ventas. Eso se ve muy seguido en el mundo de la publicidad. Hace unos meses, la opinión pública despertó llevada por la alharaca de un nombre que sonaba y se escribía por todas partes. Era como una especie de milagro, de algo surgido de la nada que resoplaba en los informes, como si la llamada Nueva Hora de los religiosos hubiera surgido, llevada por seres misteriosos que crean milagros y los lanzan como dioses que vienen de nuevo a reconstruir el mundo. Pero ¡Oh sorpresa!, a la par que los días pasaban, aquel nombre que flotaba en el aire de los comicios mexicanos en ciernes, se fue evaporando, las miserias del dios misterioso fueron apareciendo y su creación estalló como esos globos rellenos a los que el aire vulnera. Hoy, la historia ofrece el desinfle de una maravilla, que solo fue un truco de magia barata, que al menos distrajo por varias semanas. Hoy la realidad nos enfrenta.
Hace tiempo escribí sobre el revuelo que causó la decisión de un oficial del registro civil de Sonora, de prohibir nombres que la decencia, las buenas costumbres o el buen gusto, no permitan. Pero el funcionario y los que lo apoyaron, no hicieron la revisión del directorio de los santos cuyos nombres espeluznantes la iglesia católica ha impuesto y se aplican todavía. Nombres que por cierto eran los favoritos de los líderes charros. Jamás escuché nombres más feos. El problema de fondo es la falta de cultura en esa materia, y el hecho de que en lugar de prohibir, se den ideas sobre como elegir lo mejor para sus hijos. A José Saramago le fue bien cuando lo registraron, porque el del registro le puso ese apellido porque a su familia le decían ”Los Saramago”, por una modesta plantita que rodeaba su casa y que tenía ese nombre,¿Pero por qué los padres mexicanos le ponen a veces a sus hijos los nombres que les dicta su religión en lugar de ponerles Saramago o como se llame la bella planta que los circunda? Quizá porque en lugar del nombre de un gran escritor comprometido, prefieren al de un santo milagroso o de una actor famoso. La transculturación tiene sus niveles.
Recuerdo a aquel periodista amigo ya fallecido, Renward García Medrano, cuyo nombre original iba a ser Renoir como el escritor y cineasta francés, pero la amanuense que tomó los datos se equivocó. Una práctica reiterada en esas equivocaciones que ha complicado la vida de miles de mexicanos y que en su momento los registradores no revisaban en lugar de andar de censores. Ahora se pretende actuar con modernidad pero los casos siguen avanzado. Mi nombre me lo acaban de escribir con Z, cosa que puede causar problemas. Y nacida en El Puerto de La Colorada Sonora, aparezco nacida en El Juerto. El nombre para muchos quizá no es lo importante, sino el apellido, cómo se dignifica y se lleva. Pero otros utilizan el nombre a destajo como ocurrió con el nombre mencionado arriba para lanzar una candidatura, como una sorpresa milagrosa que sorprendió a la sociedad o para delinquir. Recuerdo al llamado J.J., el agresor del futbolista Salvador Cabañas, que tenía seis o siete nombres para delinquir. Se incluyen en esos casos, los de sus respectivos dioses a los que no les importa denostar.
En El nombre de dios (Editorial Planeta 2008) unos de los grandes betseller de los ochenta, cuya repercusión ha calado en la vida del Vaticano, el investigador David Yallop exhibe el uso de las llamadas cosas divinas para traficar a niveles muy humanos, incluso llegar a un posible asesinato en el nombre del dios católico. El libro que ha tenido muchas ediciones, causó gran impacto y fue determinante en las denuncias contra el legionario Marcial Maciel, por ejemplo. Un sacerdote católico Jesús López Saénz, se sumó a Yallop y publicó El día de la cuenta, en la que también sostiene que el papa Juan Pablo I fue asesinado. El libro de Yallop abunda en datos sobre la posible muerte de Albino Luciani pero pone el dedo en los nefastos de la época, el cardenal Marcinkus y el banquero Roberto Calvi, protagonistas de una trama que todavía se menciona. Todo, en el nombre de dios.