Indicador Político
¿Hay seguridad física y jurídica en las playas?
Teresa Gil
La terrible destrucción que dejó el huracán OTIS, tiene la evidencia de su inusitada y fuerte presencia en su categoría cinco. Nunca se había visto algo similar, se ha dicho, pese a que ha habido cinco huracanes de esa categoría. Los impactos suelen ser, en todo caso, de acuerdo a la situación y lugares en los que se presentan. Yo recuerdo la devastación y muerte de cien personas que dejó el huracán Ismael en septiembre de 1995, pese a que era de categoría ¡uno!. Estuve en Mazatlán y comprobé mediante reportaje publicado, la enorme devastación que hizo. Más de cincuenta pescadores murieron y fueron afectados 52 barcos, aparte de las muertes en tierra y la destrucción de casas y edificios. Frente a la actual agresión del Otis, conocida su destrucción, la verdad es que casi son similares. Los expertos deben conocer la causa, pero a los neófitos nos surgen unas preguntas ¿Hay seguridad real en las playas de México? y en algo mucho más profundo, ¿hay seguridad jurídica sobre la propiedad de esas playas?
En la mayoría de las playas mexicanas, no digamos las más famosas como Acapulco, las transnacionales ocupan las zonas de privilegio a través de sus hoteles y restaurantes, En esa subordinación que vemos en nuestro país, el mexicano que trabaja en las playas, en su mayor parte es de doméstico, empleado de hotel y restaurantes y lanchero. No parece ser el verdadero dueño de sus tierras, porque desde el principio en sus concesiones ¿o propiedades?, las empresas extranjeras fijan sus posturas apoyadas por mexicanos serviles. Hay que recordar que en su momento, el ex presidente del PRI y ex legislador Manlio Fabio Beltrones, presentó una iniciativa para legitimar la propiedad de extranjeros en las playas, que se aprobó. Con ello, México cometió la peor de sus violaciones, porque puso con esa ley en peligro nuestra soberanía. Si vemos ahora la permanente amenaza de los republicanos para invadir a México poniendo como pretexto el narco, una invasión de esas no está descartada. México debe tener más control sobre sus playas y fronteras, éstas violadas a diario por migrantes y vigilantes gringos. Y crear defensas internacionales para advertir de cualquier riesgo.
En una playa de Guerrero, recuerdo que un investigador Roberto Peña, llegó acompañado de sus alumnos a la pequeña propiedad que tiene en una playa de Zihuatanejo y se encontró con que una parte de esa tierra que desemboca en el mar, había sido concesionada o vendida a una transnacional. Al saber lo sucedido, lo emisoras de ese lugar estuvieron transmitiendo la proclama del profesor llamando a defender nuestras playas, entonces en plena desnacionalización con la ley propuesta por Beltrones. Por esos días en la playa en donde nos encontrábamos varios amigos, flotaban dos banderas, una de Canadá y allá, perdida, se estampaba en un muro, una banderita mexicana. Frente a la extraña, parecía parte de su servidumbre.
“El mar es muy grande”, dice uno de los personajes de La playa (Seix Barral) de Cesare Pavese, pero los mares y las playas tienen el dominio de los límites de un país. Si ambos fueron fundamentales en la época de los corsarios, los piratas y los invasores de las guerras modernas, lo son más, ahora, por cuestiones de soberanía. Perderlos, es perder un poco del país, al legitimar posesiones que ya existen, como lo hizo el sonorense Beltrones ante la legalización de las playas a extranjeros. Se le olvidó que tratándose de extraños, la prescripción no opera. En la obra mencionada, parte de un libro de cuentos y relatos, el autor italiano que se suicidó como uno de sus personajes en 1950, a los 42 años, no especifica cuestiones territoriales, pero va exhibiendo de soslayo, lo que observa en los seres humanos que concurren con él, a una playa. Se trata de una narración larga, tan sencilla que uno no parece estar leyendo una obra extraordinaria considerada maestra. Es sobre la nostalgia del pasado, el regreso al paraíso perdido que ya no representa lo mismo. Los personajes de Pavese, amigos y vecinos que se reúnen en una playa, en torno a Doro y Cleilia, los principales, parecen transitar en cierta infelicidad que el autor no subraya, con evidencia; solo lo sugiere. Al final el propio narrador, un profesor, concreta su tesis: “ Nada es tan inhabitable como un lugar donde se ha sido feliz”. Esperamos que no nos pase a los mexicanos con nuestras playas, ahora tan golpeadas por el OTIS