Nueva presidenta, nueva esperanza
A López Obrador nunca le han preocupado las formas. Es su manera de ser y así logra lo que quiere; no es propenso a seguir los modos y las prácticas convencionales, tampoco las del comedimiento o las buenas maneras, permitiéndole adquirir una identidad propia, muy singular. Todo estaría bien si no fuera por su incontenible narcisismo, su estamina intolerante y autoritaria. En un país con precaria cultura ciudadana y proclividad al culto a la personalidad, la actitud de López Obrador genera simpatías y más que eso, expresiones de devoción más próximas a la religión que a la política. El obradorismo no es un proyecto político, es un culto.
En uno de sus desplantes contra la postura del gobierno de EU respecto a la reforma del poder judicial por él promovida, expresada por el embajador Ken Salazar, López Obrador afirma que las relaciones con los dos principales socios comerciales y supuestos aliados de México entrarán en pausa, expresión ajena a la diplomacia.
Después de las declaraciones hubo incertidumbre sobre el alcance de sus palabras, la moneda tuvo una depreciación importante y el nerviosismo se extendió a los ya nerviosos inversionistas. El miedo no anda en burro y pronto la secretaria de Relaciones Exteriores tuvo que aclarar que habrá continuidad en las relaciones económicas y diplomáticas con ambos países. El presidente este miércoles ratifica que las relaciones continúan como siempre; la pausa se refiere a los embajadores de los dos países; no los recibirá ni hablará por el tiempo que le plazca al mandatario.
El presidente tiene razones sobradas para estar a disgusto. No sólo por lo que él y sólo él considera que alertar sobre las consecuencias de la reforma judicial es una intromisión de los representantes de Canadá y Estados Unidos en asuntos exclusivos de los mexicanos. El agravio viene de antes, es genuino y hasta justificado por el trato recibido del gobierno del presidente Joe Biden en el asunto que llevó a la detención de “el Mayo” Zambada. López Obrador pidió información a su par con la confianza de una respuesta pronta y envió nota diplomática. Ha sido olímpicamente ignorado.
El culto del obradorismo pende del líder y de su palabra. Esa es la importancia de la llamada mañanera presidencial. No es un jefe de Estado o gobierno informando sobre el país. No, es un ejercicio de interpretación del mundo, de prédica a su grey, de elevada causa y el señalamiento encendido de quienes son los enemigos, por cierto, nunca ha referido a los capos del narco y sí a periodistas, juzgadores o políticos haciendo su trabajo.