Libros de ayer y hoy
Para unos, la mayoría simpatizantes, el presidente López Obrador es un portento de destreza y habilidad políticas; para otros, la mayoría críticos, es un caso clínico por su desapego de la realidad y su persistente paranoia acentuada desde su llegada al poder. Donde un problema hay un enemigo con la pretensión de hacerle daño; sea una resolución judicial adversa o la divulgación de datos personales de los periodistas y pseudoperiodistas que cubren sus prédicas mañaneras; el enemigo al acecho.
Ayer aquí se decía que a la valoración del desempeño del presidente habría que incorporarle el abuso, la astucia y el bajo inventario de escrúpulos. La perfidia no debería llevarse a la patología. El presidente inventa enemigos, recurso que siempre ha utilizado de la mano de la victimización. No es una convicción, es un medio para ganarse a la gente, tan dada a la compasión por la víctima y admiración al valiente, aunque sea abusivo, una suerte de vengador justiciero, que da curso al agravio colectivo sin importar que en los resultados los más pobres de los pobres no van al cielo y que los más ricos de los ricos sean los beneficiarios del paraíso terrenal.
El mejor calificativo que le viene al presidente es el del seductor de la patria, análogo al antihéroe también López. Obvio, no son iguales, pero comparten un rasgo asociado: la capacidad de convencer a propios y a extraños en aventuras que conducen al desastre. Divierte, pero preocupa que mentes lúcidas, informadas, con sobrada experiencia y me atrevo a decir, con sentido de integridad, avalan a un gobierno sin éxito mayor y que amenaza lo fundamental. Ni modo, para algunos es mejor abonarse en el santuario de las intenciones que en infierno de los resultados. Es un hecho que no se puede soslayar, el presidente cuenta con un respaldo sustantivo de las élites, por interés o miedo; de las bases, una parte, de corazón, de emoción, no de razón.
La adhesión al presidente, interesada o espontánea, ficticia o real es mérito de él, de su personalidad y de una sociedad en indefensión ante el abuso de poder. La mañanera es una burda manipulación a través de la tergiversación de la realidad y de una falta de consideración a la veracidad, verificabilidad y precisión. En su lugar abundan los juicios de valor, los insultos, las generalidades y el recurrir a los mitos y fijaciones sobre el poder de un pueblo que registra historia de abuso y engaño sin advertir que es objeto de lo que motiva su agravio.
Se equivocan aquellos que creen que López Obrador se sentirá frustrado una vez que advierta la magnitud de su fracaso. El autoengaño es blindaje. Así es en el ejercicio del poder, también estará presente cuando el ciclo político le lleve al retiro. La defensa intransigente y atropellada de la probidad de sus hijos lo delata. No sólo quiere el bronce de la inmortalidad, también aspira a la continuidad de la dinastía, una vez que Claudia Sheinbaum concluya su gestión. Por esta razón Marcelo Ebrard pretendió engañarlo con aquello de la Secretaría de la continuidad, haciendo público que su titular sería Andrés López Beltrán. Se vio mal Marcelo por tan grotesca e innoble propuesta dirigida al gran elector, pero leyó muy bien al presidente y esto también indica que el retiro será de Palacio Nacional, no de la política.
Una perversidad mayor y una abierta agresión a su deseable sucesora disminuir el umbral de votación de la consulta popular para la revocación de mandato. López Obrador hace todo para que Morena obtenga 60% de los votos y anuncia que en la revocación se perderá el cargo con tan solo 30% de participación. Esto es, en la elección presidencial votarían entre 65 y 70 millones, donde se validaría la elección de presidenta. Para removerla del cargo a la presidenta que ganaría con 35 millones de votos, el presidente requeriría tan solo el voto de 15 millones de sus seguidores que seguramente los tendrá.
Es evidente que las pulsiones autoritarias de López Obrador le han llevado a contradecir la tradición democrática de la izquierda, al extremo de militarizar la vida pública. De su personalidad llama más la atención su dureza e indiferencia para con las víctimas de la violencia, los setecientos mil caídos en la pandemia, los desaparecidos, los niños con cáncer y sus padres, los 50 millones sin servicio médico, los periodistas asesinados o amenazados, los afectados por los desastres naturales y muchos más. Obligado cuestionar de dónde le viene, además de la falta de empatía tanta crueldad.