Cambio de coordenadas
Pedro Infante no ha muerto
Cuando esta semana YSQ volvió a sacar, como un mago de su chistera, el tema de su idea de cómo medir nuestra felicidad, que no la pobreza, que es lo que en realidad nos preocupa en medio de esta crisis, recordé las películas de Pedro Infante en la llamada Época de Oro, es decir los 20 años que transcurrieron entre 1936 y 1956.
Una de esas cumbres es la trilogía que marcó cultural y sentimentalmente a los mexicanos de mediados del siglo pasado: Nosotros los pobres, Ustedes los ricos y Pepe el Toro, que la gente mayor, es decir mayores de 50 años, recuerdan y con toda seguridad fueron influenciados por esa elegía a la pobreza y que se mantiene desde entonces: los pobres son buenos, los ricos son malos, es decir el programa ideológico de la 4T. No importa que seamos pobres, así somos más felices.
Considerar la pobreza como una bendición fue la piedra angular de las religiones del mundo, y de manera muy relevante de la iglesia católica, con un fortísimo ascendiente en México. Sólo hay que aclarar que quienes la pregonan no la siguen. Basta ver los lujos de sus ministros, obispos, cardenales y los que le siguen, incluido desde luego el papa. La historia ha dejado a la vista los escándalos que la riqueza de la iglesia católica ha protagonizado. Una de las más recordadas, en 1982, fue la del Banco Ambrosiano, del que el Banco Vaticano era el principal accionista y que fue disuelto luego de revelarse sus nexos con la mafia siciliana, el lavado de dinero y de operaciones con fondos de procedencia ilícita, entre otras por manejar los fondos de la Contra nicaragüense.
Es decir, los pobres son sólo un pretexto para lucrar con ellos, y con la pobreza. Yo no soy, nunca he sido, un entusiasta de la pobreza, y me parecen sospechosas aquellas personas que la veneran. Porque me hacen sospechar que hay gato encerrado. Me queda claro que a los pobres se les utiliza para alcanzar siempre otros fines, en este caso poder.
En el caso de la trilogía mexicana protagonizada por el carismático Pedro Infante, una gente del pueblo bueno que deificaba, sirvió para justificar el fracaso de los gobiernos de la revolución mexicana, que 30 años después del fin de la gesta armada, eran incapaces de brindar los mínimos de bienestar prometidos, por medio de comedias lacrimógenas que ponían de relieve la bondad personal y, muy importante, la mano del destino que los condenaba a la miseria. Es decir, si eres pobre es por el destino que te tocó vivir, como de alguna manera se evidencia en el México de principios de los años 60 con el estudio antropológico que se hizo tan popular e incluso fue prohibido por el gobierno, revolucionario, cómo no, de López Mateos, Los hijos de Sánchez, del académico neoyorquino Oscar Lewis, que devela la cara oculta del llamado Milagro Mexicano tan festinado por el régimen de la Revolución Mexicana. Y también por el hecho de que justo una década después de Nosotros los pobres la pobreza en México no sólo no había cambiado, sino que se había acentuado.
Porque la propaganda cinematográfica, que es lo que eran las películas de la época de oro, como son actualmente las campañas en las redes sociales, no pudo cambiar la realidad, como tampoco la cambian hoy los discursos matutinos de López Obrador. Cuando salgamos de la crisis de la pandemia, México habrá aumentado en al menos 20 millones su cifra de pobres que no tienen acceso, siquiera, a la canasta básica; tendremos más de diez millones de desempleados y el país volverá a los niveles de aquellos años de Pepe el Toro. Por eso.