Indicador Político
Ante el inminente relevo de gobierno y después de la aprobación de la reforma judicial ha llegado el momento de las verdades. Hay que empezar por lo más importante y que debió estar en el centro del debate público: el gobierno que está por iniciar resultó de una elección en condiciones de ilegalidad por la parcialidad del jefe de Estado, la de los gobiernos asociados, el financiamiento público subrepticio y el uso partidista de los siervos de la nación. La elección fue una involución respecto a los comicios de hace un cuarto de siglo si no es que más, acompañada de una oposición mediocre, a la medida de las pulsiones autoritarias del régimen.
López Obrador fue el protagonista a lo largo de un proceso electoral que inició al momento mismo de su elección como presidente. Una presidencia militante que con singular persistencia y disciplina se enfocó en reproducirse en el poder. El consenso popular, así como decisiones importantes de política pública no tuvieron como objetivo el bienestar de la población o el país, sino los de carácter electoral. La elección intermedia de 2021 fue un llamado de atención y a partir de allí fue explícito el empeño por ganar arrolladoramente la elección de 2024 con una candidata que reprodujera mejor que nadie el proyecto.
La narrativa de López Obrador fue seductora porque la precedía al descontento no sólo por el mal gobierno peñista, sino por la desafección de muchos a un régimen que proyectaba corrupción política, exclusión social y económica, impunidad e impotencia ante los grupos criminales. Pacificar al país, gobernar para los pobres y eliminar la corrupción hacían sentido. Dar el paso a un cambio radical fue una oferta tramposa que concluye con pésimos resultados y con la destrucción de muchas de las instituciones fundamentales de la democracia, como la independencia del poder y la desaparición de los órganos autónomos, fatal para la transparencia, el derecho a la información, la rendición de cuentas y la competencia económica. Singular el deterior de la salud y la educación.
La militarización merece atención particular. Es claro que el presidente vio en los suyos incapacidad para estar a la altura. La obediencia fue su obsesión. Optó por el segmento militar que, ante la situación de violencia y ausencia de autoridad en partes importantes del país fue acogida con beneplácito, se dijo sería una medida temporal. Un nuevo engaño que ha llevado a una de las mayores traiciones a la tradición civilista de ochenta años y que compromete a los militares en su integridad al desviarlos de su insustituible responsabilidad y los expone a la corrupción.
La realidad es que cada vez es más claro, al relevo del gobierno, refugiarse en las intenciones o en las evaluaciones selectivas y opinables, como la redistribución de la riqueza nacional a favor de los más pobres. Pero, la pobreza extrema ha crecido y a los más ricos, como López Obrador reconoce, les ha ido muy bien en estos años de gobierno, mientras que el país, en sus propios números, no ha crecido si se considera el crecimiento poblacional y, peor, las condiciones a futuro son sumamente inciertas, si no es que sombrías, según los pronósticos oficiales y la necesidad de reducir el gasto público para llevar el déficit a la mitad al de este año electoral.
La esperanza y el deseo de que ahora las cosas sí cambien para bien se confronta con el pronóstico realista de lo que viene, al que suele calificarse como catastrofista hasta por observadores independientes. Ojalá y fuera cierto que lo mejor es lo que está por delante, que la pesadilla obradorista sea sucedida por el anhelo democrático y de justicia social de la auténtica izquierda en el poder y que la primera presidenta mujer sea ejemplo mejor no sólo por la manera de conducirse en el gobierno, también por los resultados, que es lo que más importa.
Este domingo la presidente electa anunció su licencia a su militancia morenista. Expresiones semejantes a las del presidente López Obrador al inicio. Los compromisos se miden en los hechos y el mandatario estuvo lejos de cumplirlos. En este caso, la distancia entre partido y gobierno puede resultar prometedor, pero también simulación, o lo que es peor, el medio para someter a la autoridad al interés partidista o el del caudillo, más allá las intenciones o propósitos de gobierno.