
Libros de ayer y hoy
La estrategia del gobierno federal ante la difícil e impredecible relación con el presidente Donald Trump es poner buena cara y, de paso, minimizar una amenaza cumplida. Se repite que a México le ha ido menos mal que a otros, que las cosas podrían estar considerablemente peor y en un exceso de optimismo se afirma que la guerra comercial abre espacios de oportunidad, sin advertir que todo indica que el país transita hacia una recesión. Las políticas de Trump no solo resultan desastrosas para Estados Unidos y el mundo, sino que pueden afectar gravemente a México. En aras de ganar espacio el gobierno norteamericano explota la fragilidad del país, como ocurre con el adeudo de agua a Texas o la controversia sobre la exportación de tomate, ante el desprestigio representar agravios locales.
El gobierno se apresura a aclarar a los mexicanos que estos problemas no tienen relación con los aranceles, como si ya no existieran para el acero, aluminio, industria automotriz y muchos otros productos no protegidos por el acuerdo comercial. Para el T-MEC, por cierto, reiteradamente violado por nuestro socio comercial, se opta por la buena cara, el silencio y las cuentas alegres. La situación es crítica para el mundo y para México.
Todos deseamos que las cosas salgan bien a la presidenta y a su gobierno. Resulta un disparate propio de la paranoia o del maniqueísmo ramplón afirmar que los críticos desean que fracase el régimen. Peor que lo diga la presidenta Sheinbaum y más si lo cree. El panorama que se avecina para el país es sumamente preocupante, y actuar con sentido de inclusión sería lo propio de una democracia. Pero esa democracia se fue de vacaciones hace tiempo, tomó un sabático que podría extenderse por años. La autocracia buscará anular al opositor y al independiente, y nada mejor que señalarlos como traidores a la patria. Como si la entrega, ilegal y sumisa, de al menos 29 presuntos criminales mexicanos a Estados Unidos hubiese sido responsabilidad de la oposición, y no de un gobierno temeroso ante la furia del vecino del norte.
El elogio de las autoridades estadounidenses hacia la presidenta Sheinbaum se expresa con generosidad. Pero las decisiones que toma Washington golpean a México en múltiples frentes, suavizar para dar el golpe, parece ser el método. La Guardia Nacional, militarizada, actúa como policía migratoria. La defensa de los derechos humanos de los migrantes apenas se advierte en la acción consular, y solo se esgrime en la retórica oficial, sin demasiada firmeza para no incomodar. Las fuerzas armadas de EE. UU. y sus agencias operan tareas de espionaje en territorio mexicano, que según las autoridades locales no es tal, porque se hace con consentimiento. Una ingenuidad peligrosa: suponen que se les comparte toda la información, como si no existiera el caso de El Mayo Zambada. Una pregunta obligada debe tenerse presente ¿Por qué confiar en un gobierno señalado repetidamente como cómplice del narcotráfico?; últimamente a Trump le ha dado por la condescendencia con la presidenta Sheinbaum, en una falsa e interesada empatía pretende ayudar para enfrentar al crimen organizado que domina amplios territorios.
A diferencia de otros países, México ha optado por trivializar la amenaza que representa Trump. Tal vez con la esperanza de que otros lo contengan o que los efectos negativos en la economía estadounidense lo hagan rectificar. Pero México es el eslabón más débil. Junto con China y Suiza, es uno de los principales aportantes al déficit comercial de EE. UU. Trump continuará presionando hasta donde le convenga, sin importar nuestra conducta ni las alabanzas a la presidenta. La relación bilateral cambiará como es el caso del adeudo de agua y tomate. Las autoridades insistirán en el diálogo, como si Trump entendiera razones. Pero los mexicanos desean dormir tranquilos, y los asuntos internacionales parecen lejanos al día a día… hasta que la crisis llegue a las mesas, cuando las becas y pensiones deban reducirse porque el dinero no alcanza por una deuda que creció debido a la irresponsabilidad fiscal de 2024, y porque el país dejó de crecer desde que el obradorismo se instaló en el poder. Pretender resolver el problema de la confianza no por las reglas, sino por el trato discrecional del gobierno es contraproducente, vía para la corrupción.
Trivializar la amenaza que representa Trump es una apuesta al tiempo: la incertidumbre permite la ilusión de un futuro generoso; también es una forma de desmemoria que absuelve al régimen de sus culpas, de sus pecados y, por si fuera poco, le ofrece rumbo.