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Dan prisión preventiva a padres de bebé abandonado en Tultitlán
Un par de acontecimientos recientes han vuelto a fomentar entre ciertos círculos eclesiásticos la ilusión de que el papa Francisco retorne a México, esta vez con una recepción bajo las siglas de la Cuarta Transformación. Y, aunque dicha ensoñación resplandezca débil, bien se dice que la esperanza muere al último.
Vamos por partes. A lo largo de su campaña presidencial y después de su triunfo del 2018, López Obrador ha insistido recurrentemente en su deseo por que el papa Francisco regrese a México. El pontífice argentino realizó un profundo viaje apostólico por la Ciudad de México, Ecatepec, Morelia, Ciudad Juárez y San Cristóbal en febrero del 2016; pero el tabasqueño quiere su lugar en la historia junto al Papa (todos los presidentes desde Salinas han recibido por lo menos una vez a un pontífice) buscando homologar el discurso cristiano de la opción preferencial por los pobres con el ideario de su régimen político.
Sin embargo, desde Roma las voces de los pasillos apostólicos afirman que Francisco no repetirá viajes. No, si antes no ‘cumple’ con sus compatriotas argentinos y con la importantísima Iglesia española; además, de agendas deseadas por el papa en África y Oriente. En primer lugar, Bergoglio ha postergado en demasía -casi inexplicablemente- el retorno a su patria; y, segundo, el obligadísimo viaje a España parece encontrar la luz con la veladora que se mantiene encendida para que el Papa jesuita acuda a la patria de san Ignacio de Loyola en 2022 para el cierre del año jubilar ignaciano o por el aniversario 400 de la canonización de cuatro titánicos santos españoles: santa Teresa de Ávila, san Isidro Labrador, san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier. Antes, ha dicho Francisco, los españoles ‘deben encontrar paz’ en sus múltiples conflictos internos.
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