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CIUDAD DE MÉXICO, 3 de julio de 2022.- Siento una pequeña sensación de ternura al imaginar a Hipócrates o Galeno –el médico por antonomasia– en la antigua Grecia, parados frente al cuerpo de un paciente, observando un tumor, y diciendo que tiene forma de cangrejo: karkinos. Yo asocio los cangrejos con la playa, el mar, el descanso y una buena comida. No con una enfermedad que afecta a más de 90 millones de personas en el orbe y es la segunda causa de muerte en el ámbito mundial causando 9.6 millones de defunciones anualmente. Pero los antiguos griegos, lejos de estas preocupaciones, vieron un tumor, con las venas rojas hinchadas alrededor de él y pensaron en un cangrejo con sus extremidades recogidas, abrazándose a sí mismo, tiernamente dentro del cuerpo del paciente.
Señala un comunicado que no todos los cánceres parecen cangrejos. Conforme nuestra visión se fue agudizando, gracias a los microscopios, descubrimos las células –tan lejanas a Galeno–, y empezamos a ver al cáncer como un crecimiento anormal de estas. Se decidió entonces clasificar a la enorme diversidad de esta enfermedad por tipo celular: cáncer estomacal, cáncer pulmonar, cáncer hepático.
Nuestra visión continuó mejorando y llegamos hasta los cromosomas, esos condensados de ADN que se alojan en los núcleos de nuestras células. A mediados de la década de 1870, un patólogo alemán de nombre David Paul von Hansemann, decidió poner células cancerosas humanas bajo el microscopio y colorear sus cromosomas para verlos con más facilidad –literalmente poniéndole chroma (color) al soma (cuerpo) de este conglomerado de moléculas–. Lo que Von Hansemann encontró fue una gran cantidad de anormalidades. Cromosomas faltantes, cromosomas repetidos, fusionados, partidos en cachos. ¿De qué manera son relevantes estas inestabilidades cromosómicas dentro del cáncer?
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