Indicador Político
El Presidente López Obrador ha sido el artífice principal de la sucesión adelantada. Fue una secuela de la elección intermedia y algo que el Presidente sí vio y muy pocos observadores atendieron: el deterioro electoral de Morena en las principales zonas urbanas del país, no sólo el poniente de la Ciudad de México. Los resultados exitosos en la abrumadora mayoría de las elecciones de gobernadores distrajeron la atención de la debacle de Morena en las ciudades más pobladas. Otro dato, la oposición en su conjunto obtuvo más votos que la coalición gobernante.
López Obrador, de siempre, ha sido un hábil estratega electoral. Su diseño y expectativa para la intermedia era, al menos, refrendar la condición de Morena con mayoría absoluta en el Congreso. Así, su alianza con el PVEM y el PT sería en condiciones de ventaja para la legislación ordinaria. Alcanzar un resultado razonablemente bueno también implicaba alcanzar la mayoría calificada con sus aliados. No ocurrió así, y significó no sólo una limitación al programa político de la segunda mitad, sino la necesidad de adelantar el reloj electoral.
Precipitar la sucesión atiende a dos frentes: el interno y el externo. En el primero, apuntalar a Claudia Sheinbaum como favorita e incorporar a un amplio grupo de aspirantes presidenciales para así evitar que la disputa se centre en tres: Sheinbaum, Monreal y Ebrard. El Presidente no confía en la democracia interna de Morena, pronunciándose mejor por el desacreditado y poco transparente método de encuestas; asume que estos estudios pueden ofrecer la necesaria legitimidad. Además, en una elección democrática se pierde control del resultado, más si se realiza bajo la modalidad de primaria: varias elecciones regionales en distintos momentos, legítima aspiración de Ricardo y, eventualmente, de Marcelo.
El Presidente cada vez requiere ser más ostensible en su parcialidad, lo que niega la necesaria equidad y una competencia con piso parejo. Él podría imponer a Claudia, pero los costos serían altos y, de persistir en su rudeza, podría haber fracturas. Evidentemente, la popularidad presidencial no se transfiere ni produce los votos necesarios; por lo mismo, mantener la unidad es fundamental. Por cierto, tampoco los programas sociales con sus padrones clientelares sirven a tal fin.
La estrategia al exterior es menos complicada, en apariencia. El objetivo es fracturar al bloque opositor en los planos regional y legislativo. El primero se procesa a través de algunos gobernadores del PRI y también del PAN que, por razones del encargo y de la obra pública federal en sus entidades, mantienen una postura más que cordial con López Obrador. Su prioridad no es partidaria, sino concluir en buenos términos, volviéndolos vulnerables a un Presidente inclinado al elogio, el reconocimiento y la insinuación de incorporarlos a su gobierno.
En el plano legislativo, el colaboracionismo de Alejandro Moreno, presidente de la Comisión de Gobernación y Puntos Constitucionales -también dirigente del PRI-, y el de Rubén Moreira, presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, ha desestabilizado al bloque opositor. Inexplicable que el PAN, con mayor número de diputados y con mayor determinación opositora, dejara en manos de Moreno y Moreira estas posiciones estratégicas, particularmente por la pública vulnerabilidad de estos personajes, producto de sus expedientes por corrupto desempeño como gobernadores de Campeche y Coahuila, respectivamente.
Movimiento Ciudadano ha descartado irse en bloque opositor en 2024, un error si se trata de ganar la Presidencia. En sus filas está el mejor prospecto de candidato opositor, Luis Donaldo Colosio, incluso aceptable para el bloque opositor. Sin embargo, la decisión es revisable en la negociación. A Dante Delgado no se le regatea talento ni inteligencia. De cualquier manera, Colosio como candidato solo por MC difícilmente ganaría, pero llevaría al partido a la condición de primera fuerza opositora para, eventualmente, ganar la Presidencia en 2030.